A los padres tifosi

Perdón por el cabreo, pero allá voy. Mira, imbécil, sí tú, pedazo de descerebrado que te dedicas a echar espumarajos por la boca como buen baboso que eres cuando vociferas al árbitro en el partido que juega tu hijito de los cojones, te voy a decir dos palabritas. Por quedarme descansado.

Al verte gesticulando con el bandullo (valen también tetazas) medio descolgado de la barandilla que separa las gradas de la pista en el pabellón donde se juega el torneo de categoría es-co-lar, macho, es-co-lar, al verte así, digo, ese niñito tuyo debe estar creyéndose que es el centro del universo. Más aún: el mismísimo hijo de Dios cuyo sufrimiento en la cancha provoca la santa y justificadísima ira de su padre. Y su sufrimiento, angelito mío, es que ha recibido una supuesta leche de un contrincante y el árbitro ¡no lo ha visto!.

Y tú, sí tú, accidente biológico de medio pelo, disparas tu mala hostia contra un individuo que tiene como mucho dos o tres años más que tu niñito del alma, que está aprendiendo a ser árbitro (y, por cierto, ya sabe de reglamento mil veces más que tú, pedazo de asno), que quiere hacerlo bien porque todavía es tan joven que cree en la justicia, que tiene tan buena intención que a veces hasta pregunta a los entrenadores, otros chavales también, qué es lo que quieren que pite más para que los jugadores aprendan una regla u otra y, sobre todo, que está ofreciéndose a hacer un trabajo impopular pero imprescindible, que realiza por sentido del deber porque lo que le apetecería es estar jugando o charlando con sus colegas, esos que le tientan con el botellón.

Y tú, sí tú, cerebro de paramecio, ajeno a todo esto, en vez de agradecérselo porque sin él tu niño no juega, en vez de dar ejemplo de madurez (que eres un padre, tóntolculo, no un hincha), en vez de tomar cierta distancia para que tu nene (¿por qué la naturaleza te habrá dejado reproducirte?) aprenda a disfrutar del deporte y no sueñe con ser Cristiano Ronaldo o Kobe Bryant con esa triste herencia genética que le has dado, alfeñique, tú le enmierdas con tus propias frustraciones, las que te han provocado ser un vulgar individuo sin ninguna cualidad especial para triunfar, y descargas en el árbitro de catorce años tus histéricos gritos de simio atacado para defender a tu cría.

Un día vi a un árbitro, en edad de espinillas y pelusa, ofreciendo el silbato a una madre enloquecida para que, si tanto sabía, arbitrase ella. La mujer no acertó más que a cambiar sus alaridos y rebuznos por gugluteos de pava vieja, sin darse cuenta de la lección que le estaba dando el chaval, sin enterarse de que la mayor parte de la grada, incluyendo a su marido y hasta a su hijo, estaban abochornados.

Pero la mayoría de las veces he visto a esos árbitros sufriendo, llorando, sin comprender lo que ocurre porque no saben que algunos padres, tan adultos ellos, se convierten en macacos indignos. Y al final abandonan porque acaban teniendo miedo a la agresión, que no es la primera vez que ocurre.

Y ¿saben qué?, cuando uno ve a estos padres tifosi te dan ganas de decirle por qué no se meten con alguien de su tamaño, conmigo mismo por ejemplo, que les partiría la cara con la mano abierta de buen grado. Pero uno, por educación quizá mal entendida, acaba por callarse, por compadecer a quienes rodeen al bicho en su miserable vida, y por, muy de vez en cuando, vomitar la bilis acumulada en un escrito como éste. Ustedes perdonarán.

Comentarios

  1. si, es que el estilo "pérezrevertiano" suele poner poner sobre blanco lo que más de uno piensa en negro... en muy negro en este caso...
    imagino por quién van los tiros, no? :)

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