A vueltas con los idiomas
Estamos en Galicia a vueltas con el problema del idioma. Imposible al parecer hablar del tema sin pasión, si prejuicios, sin un montón de carga afectiva o desafectiva, sin intención partidista. Mi lengua madre es el castellano, pero por cierto espíritu de rebeldía y por diversión me gustó estudiar gallego. Lo hablo muy mal, pero mucho mejor que cualquier otro idioma con el que intento comunicarme. Me gustaría hablarlo mejor, y ser mejor usando el castellano, y hablar más idiomas, y adelgazar, y viajar más, y disfrutar. Al fin y al cabo estamos a principios de año, el momento de los propósitos.
Pero me siento un bicho raro.
Me pone muy nervioso el concepto mismo de lengua oficial y me indigna la obligación de conocer un idioma que tienen los ciudadanos de algunos países por el hecho de serlo (como los españoles). Hay 6.000 idiomas en el mundo, poco más de un centenar son oficiales, y países como Estados Unidos, Reino Unido, México, Suecia o Australia no tienen idioma oficial. Y no por eso carecen, al parecer, de identidad nacional.
Aunque a mí la identidad nacional también me pone nervioso. Hay quien quiere confundir la idea de idioma y nación o pueblo, como el pueblo alemán de Hitler, pero los idiomas se pasan por el forro las fronteras.
Bueno, los idiomas no. Las personas.
Son las personas las que importan, no los idiomas. Son las personas las que tienen derechos, no los idiomas. Son las personas las que se mueren, no los idiomas. Una lengua es un tesoro cultural, pero son las personas las que deciden si lo malgastan o lo desprecian. Allá ellas. Para mí, quien desprecia un idioma es un ignorante. Pero quien desprecia a una persona por hablarlo es un imbécil, o algo peor. Es alguien malo. Y quien usa los idiomas como arma arrojadiza para lograr el poder, también. Alguien malo y peligroso.
Los idiomas no tienen problemas, los sufren y lo provocan las personas. Creo que nadie tiene derecho a que le hablen en su lengua y que tiene todo el derecho del mundo a hablar el idioma que quiera. Creo que la gente que se quiere entender, se acaba por entender. Creo que para un Estado, a poco que pueda, gastar parte de su presupuesto en que la gente se entienda es un buen negocio y que una Administración tiene mil maneras de conseguir que nadie sea marginado por su lengua.
Creo que si las madres (sí, las madres) deciden que un idioma se transmita, no hay forma de impedirlo, ni con dictaduras, ni con colegios, ni con capones, ni discriminaciones positivas o negativas.
No creo en la política lingüística sino en el marketing lingüístico, identificar lo que quiere la gente y dárselo, dale prestigio a la cultura de la gente, no la impongas, no te vengues de los capones que te dieron a ti, no hagas que nadie reniegue de su origen, todos son dignos. Y deja que los idiomas evolucionen, las normas deben adaptarse a los hablantes, no al revés. Existe el castrapo, el spanglish, el cheli o el koruño, o ese inglés internacional que tan nerviosos pone a los puristas. Como hay quien cree que una hamburguesa es americana, o no distingue el pa amb tomaca (pan tumaca) de la pizzeta, ni maldita falta que le hace. Dejemos las disputas lingüísticas a los lingüistas, que como son sesudos científicos tardarán un poco más que las masas en quemar banderas o en exigir idiomas únicos. Al fin y al cabo sostienen que para el desarrollo futuro del pensamiento humano es imprescindible la diversidad idiomática. Seguro que tienen razón. Y así, a la vez, se les mantiene el negocio, que se lo merecen hombre, que los idiomas son divertidos, sólo es cuestión de luchar contra la pereza y dejar de hacerlo contra las costumbres de los demás. Ánimo, que estamos a primeros de año. El momento de los buenos propósitos, no de provocar guerras.
PD: Y perdón a los que de verdad tienen problemas. Nosotros, al parecer, estamos tan sobrados de desarrollado bienestar occidental que nos los inventamos.
Pero me siento un bicho raro.
Me pone muy nervioso el concepto mismo de lengua oficial y me indigna la obligación de conocer un idioma que tienen los ciudadanos de algunos países por el hecho de serlo (como los españoles). Hay 6.000 idiomas en el mundo, poco más de un centenar son oficiales, y países como Estados Unidos, Reino Unido, México, Suecia o Australia no tienen idioma oficial. Y no por eso carecen, al parecer, de identidad nacional.
Aunque a mí la identidad nacional también me pone nervioso. Hay quien quiere confundir la idea de idioma y nación o pueblo, como el pueblo alemán de Hitler, pero los idiomas se pasan por el forro las fronteras.
Bueno, los idiomas no. Las personas.
Son las personas las que importan, no los idiomas. Son las personas las que tienen derechos, no los idiomas. Son las personas las que se mueren, no los idiomas. Una lengua es un tesoro cultural, pero son las personas las que deciden si lo malgastan o lo desprecian. Allá ellas. Para mí, quien desprecia un idioma es un ignorante. Pero quien desprecia a una persona por hablarlo es un imbécil, o algo peor. Es alguien malo. Y quien usa los idiomas como arma arrojadiza para lograr el poder, también. Alguien malo y peligroso.
Los idiomas no tienen problemas, los sufren y lo provocan las personas. Creo que nadie tiene derecho a que le hablen en su lengua y que tiene todo el derecho del mundo a hablar el idioma que quiera. Creo que la gente que se quiere entender, se acaba por entender. Creo que para un Estado, a poco que pueda, gastar parte de su presupuesto en que la gente se entienda es un buen negocio y que una Administración tiene mil maneras de conseguir que nadie sea marginado por su lengua.
Creo que si las madres (sí, las madres) deciden que un idioma se transmita, no hay forma de impedirlo, ni con dictaduras, ni con colegios, ni con capones, ni discriminaciones positivas o negativas.
No creo en la política lingüística sino en el marketing lingüístico, identificar lo que quiere la gente y dárselo, dale prestigio a la cultura de la gente, no la impongas, no te vengues de los capones que te dieron a ti, no hagas que nadie reniegue de su origen, todos son dignos. Y deja que los idiomas evolucionen, las normas deben adaptarse a los hablantes, no al revés. Existe el castrapo, el spanglish, el cheli o el koruño, o ese inglés internacional que tan nerviosos pone a los puristas. Como hay quien cree que una hamburguesa es americana, o no distingue el pa amb tomaca (pan tumaca) de la pizzeta, ni maldita falta que le hace. Dejemos las disputas lingüísticas a los lingüistas, que como son sesudos científicos tardarán un poco más que las masas en quemar banderas o en exigir idiomas únicos. Al fin y al cabo sostienen que para el desarrollo futuro del pensamiento humano es imprescindible la diversidad idiomática. Seguro que tienen razón. Y así, a la vez, se les mantiene el negocio, que se lo merecen hombre, que los idiomas son divertidos, sólo es cuestión de luchar contra la pereza y dejar de hacerlo contra las costumbres de los demás. Ánimo, que estamos a primeros de año. El momento de los buenos propósitos, no de provocar guerras.
PD: Y perdón a los que de verdad tienen problemas. Nosotros, al parecer, estamos tan sobrados de desarrollado bienestar occidental que nos los inventamos.
Estoy básicamente de acuerdo con lo que se expone. Pero la realidad es algo más complicada. Quiero decir que por mucho sentido común que se quiera introducir en "el debate" para al fin "diluir" la polémica, "evitar" la guerra... hay una realidad que no se puede obviar.
ResponderEliminarAquí (en Galicia) una parte de la población tiene como credo el principio de que el rasgo identitario de su ser (tanto individual como colectivo) es el idioma. Y han decidido que merece la pena pelear por "defender" su identidad atacando (despreciando...) a todo aquel que no comparta su credo y que no use el idioma (el gallego). Porque la identidad se busca ante todo para señalar la diferencia (identidad y diferencia: lo que nos identifica al mismo tiempo nos hace diferentes. En realidad esto es algo muy español, tremendamente español).
En fin... durante los últimos años se ha vivido una situación de violencia larvada en la que "los otros" (los que no hablaban en gallego, los que no daban sus clases en gallego...) eran señalados públicamente como "inimigos do galego". Era una violencia doméstica, callada, casi secreta en la que las víctimas apenas protestaban, por ejemplo por encontrar en el tablón de anuncios de una sala de profesores de un instituto su imagen y debajo esas dos palabras "inimiga do galego". La coacción funcionó bien, tan bien, que ahora se dice que no había problemas, que la polémica es "inventada", etc.
No, el problema existía, existe y seguirá existiendo porque el "identitario" nunca respetará el derecho del otro a ser diferente. Los foros de los medios abundan en referencias a: "se non queres falar galego vaite de aquí". Así de crudo y así de simple.
No se me escapa el hecho de que entre los "defensores" de la lengua haya gente bienintencionada que insiste en que una lengua es cultura y que hay que conservarla. Vale. Es una verdad de perogrullo. Pero de pronto el "bienintencionado" asume que "é unha vergoña que un pobo despreze o seu". Lo que es una verguenza es que alguien, cualquiera, imponga a otro una lengua, una religión, un credo.
Mientras esto sigua así (y soy muy pesimista) el sentido común no tiene nada, pero nada, que hacer. Todo lo que expones es muy razonable. Pero en este debate tal y como está planteado nadie, parece, quiere atenerse a razones.
Los acosadores y los violentos no necesitan motivos, como mucho excusas. En situaciones como las aquí descritas en el comentario resulta evidente que el idioma es lo de menos. Pueden ser macarras de recreo, ultras de graderío, pandilleros, maltratadores, terroristas, integristas, torturadores... porque son esencialmente malos. Los que no quieren razonar suelen ser la personificación del mal. Y no se lo debemos consentir ni por hablar la misma lengua, ser del mismo equipo, del mismo pueblo ni del mismo sexo.
ResponderEliminarMe hubiera gustado haber escrito este texto que firmas, colega. La cuestión se reduce a lo que dices: las lenguas son, en esencia, vehículos de expresión y comunicación; no son ni buenas ni malas, ni mejores ni peores, ni más bonitas ni más feas. Son lenguas que aprendemos, hablamos, cambiamos, repudiamos o amamos, que transmitimos. Nacen, viven y mueren con nosotros. Y, en efecto, ojalá fuésemos capaces de hablar más y mejor otras que no son las propias en el sentido de propiedad del término, pero que también son nuestras patrimonialmente. Fuera de eso, el tratamiento político y personal que les damos no tiene nada que ver con las lenguas en sí, sino con la ideología de cada uno. Y eso es harina de otro costal. De eso habla el "anónimo" que comenta tu post. Algo, en lo que, evidentemente, ni voy a entrar ni estoy de acuerdo.
ResponderEliminarMe gusta tu texto, repito. Y probablemente lo utilice, con tu permiso. Saludos.
Una entrada como esta merece un loable comentario.
ResponderEliminarSe encuentra ante otro bicho raro que suscribe su primer párrafo al completo y coincide con su discurso en los siguientes.
Discrepando, solamente, en lo relativo a la transmisión del idioma por vía materna. En un pasado no muy lejano, vamos a dejarlo en pasado, ha sido así; pero, aunque la frase le haya quedado espléndida ¿no le parece que no debemos perpetuar ni la idea?
Celebro usar su misma lengua, para poder unas veces coincidir y otras discrepar con Vd.
Un saludo.
No comparto la visión utilitarista del idioma, que es algo más que un mero medio de expresión. Comparto, evidentemente, la necesidad de civismo en esta cuestión y en cualquier otra. Y, por supuesto, la necesidad de reprender a quien amenace a quien habla castellano en su clase (aunque tenga la obligación de hacerlo en gallego, por reparto de materias) o de castigar ejemplarmente a quien rechaza un curriculum por estar escrito en gallego (aunque en su negocio, él hable lo que considere oportuno).
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