Investigar en comunicación
Las Ciencias de la Información y de la Comunicación comenzaron en España en el tardofranquismo, hijas de las escuelas de periodismo y cine en el terreno formativo y de una curiosa mezcla de corrientes teóricas con desigual desarrollo en la Europa Oriental, la Occidental, Estados Unidos y Latinoamérica en lo científico.
La primera generación de catedráticos de periodismo, comunicación audiovisual y publicidad está por tanto jubilándose después de una trayectoria de cuarenta o cincuenta años, docenas de facultades en funcionamiento, momentos de optimismo científico y momentos de parón. Por sólo citar algunos nombres, es la generación de Desantes, Aguinaga, Martínez Albertos, Benito, Gubern o del fallecido anteayer, Antonio Fontán y tantos otros.
Se consiguieron muchas cosas pero quedan todavía muchas pendientes. Quizá una de las más graves es el reconocimiento del campo de la comunicación como una ciencia social con su código Unesco propio o la existencia de publicaciones científicas de máximo nivel internacional. Estas carencias suponen poco peso específico en el reparto de los fondos públicos de investigación, dificultad en el desarrollo de proyectos de envergadura y escasa relación con ámbitos tecnológicos e incluso de carácter experimental. Es decir, investigación teórica, mucha ensayística, poca vinculación con el mundo profesional o la industria.
Con las distintas reformas universitarias y la propia multiplicación de universidades había demasiada faena interna como para dedicar a esta cuestión más esfuerzo del imprescindible. Por si fuera poco, una parte de los profesores e investigadores seguían trabajando o colaborando en periódicos, televisiones, radios o empresas publicitarias, tenían suficiente actividad en los medios de comunicación como para no acabar de considerarse científicos en estricto sentido. Seguramente esa es a la generación a la que pertenezco yo.
Pero hace ya, digamos, diez años, que se ha incorporado a la Universidad española una nueva generación de investigadores, que han estudiado en las pequeñas universidades no masificadas de la LRU, con la estructura actual de Departamentos y su correspondiente sistema de meritoriaje o carrera académica. Son los menores de 40 o 35 años, la primera generación que puede ser tan científica como la de cualquier otra rama de conocimiento, que hacen sus tesis doctorales a los veintitantos, que pretenden llegar a titulares o catedráticos por los mismos caminos que los biólogos, economistas, ingenieros, sociólogos o historiadores, sin tener que disfrazarse de alguno de ellos.
Y por ello se ha creado la Asociación Española de Investigación de la Comunicación (AE-IC), que en unos días celebrará su segundo congreso internacional en Málaga. El contenido de las ponencias y comunicaciones ya empieza a mostrar un cierto cambio de aires. O eso espero. Ahora sólo falta, para que el sector o la industria de la Comunicación se entere, que la investigación le aporte valor real. Como el resto de la Universidad española, ¿no?.
La primera generación de catedráticos de periodismo, comunicación audiovisual y publicidad está por tanto jubilándose después de una trayectoria de cuarenta o cincuenta años, docenas de facultades en funcionamiento, momentos de optimismo científico y momentos de parón. Por sólo citar algunos nombres, es la generación de Desantes, Aguinaga, Martínez Albertos, Benito, Gubern o del fallecido anteayer, Antonio Fontán y tantos otros.
Se consiguieron muchas cosas pero quedan todavía muchas pendientes. Quizá una de las más graves es el reconocimiento del campo de la comunicación como una ciencia social con su código Unesco propio o la existencia de publicaciones científicas de máximo nivel internacional. Estas carencias suponen poco peso específico en el reparto de los fondos públicos de investigación, dificultad en el desarrollo de proyectos de envergadura y escasa relación con ámbitos tecnológicos e incluso de carácter experimental. Es decir, investigación teórica, mucha ensayística, poca vinculación con el mundo profesional o la industria.
Con las distintas reformas universitarias y la propia multiplicación de universidades había demasiada faena interna como para dedicar a esta cuestión más esfuerzo del imprescindible. Por si fuera poco, una parte de los profesores e investigadores seguían trabajando o colaborando en periódicos, televisiones, radios o empresas publicitarias, tenían suficiente actividad en los medios de comunicación como para no acabar de considerarse científicos en estricto sentido. Seguramente esa es a la generación a la que pertenezco yo.
Pero hace ya, digamos, diez años, que se ha incorporado a la Universidad española una nueva generación de investigadores, que han estudiado en las pequeñas universidades no masificadas de la LRU, con la estructura actual de Departamentos y su correspondiente sistema de meritoriaje o carrera académica. Son los menores de 40 o 35 años, la primera generación que puede ser tan científica como la de cualquier otra rama de conocimiento, que hacen sus tesis doctorales a los veintitantos, que pretenden llegar a titulares o catedráticos por los mismos caminos que los biólogos, economistas, ingenieros, sociólogos o historiadores, sin tener que disfrazarse de alguno de ellos.
Y por ello se ha creado la Asociación Española de Investigación de la Comunicación (AE-IC), que en unos días celebrará su segundo congreso internacional en Málaga. El contenido de las ponencias y comunicaciones ya empieza a mostrar un cierto cambio de aires. O eso espero. Ahora sólo falta, para que el sector o la industria de la Comunicación se entere, que la investigación le aporte valor real. Como el resto de la Universidad española, ¿no?.
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