La Universidad blandita
La Universidad de Sevilla ha dado una de esas marcha atrás que tanto gustan ahora a los políticos, como hizo el Gobierno con el decreto de Internet. Sí pero no, no pero sí, malentendidos, problemas de forma, no es para tanto, lo explicaremos mejor, etc, etc. Pero la chusca historia hispalense sólo es un ejemplo más, un caso llamativo por aireado de algo mucho más serio que se está instalando en la Universidad española y posiblemente en todo el sistema educativo. Lo malo es que todo el mundo parece de acuerdo en lo pernicioso del proceso y aún así sigue extendiéndose como un virus, no sé si pedagógico, político o realmente ideológico. Parte del problema lo conocemos todos: falta de autoridad, desprecio al esfuerzo personal, igualitarismo académico (los mejores son iguales a los peores, los alumnos son iguales a los profesores) y por tanto reducción de la exigencia, exceso de garantismo, de comisiones administrativas, de democracia mal entendida... Pero otra parte de ese problema resulta menos obvia y va haciendo mella tanto en el sistema como en los individuos. Por un lado, los profesores dimiten de sus funciones esenciales o, lo que es peor, acaban con problema psicológicos. Y los alumnos...
Los alumnos no representan la única razón de ser de la Universidad, pero son la primera. Su formación, no como profesionales (para eso está la FP), sino como personas con los conocimientos suficientes en su área para cumplir un papel social que va mucho más allá de un oficio por prestigioso que parezca. La Universidad debería formar elites, aunque ahora la elite se haya masificado. Y los alumnos.... los alumnos quieren aprobar, como siempre ha sido, quieren prácticas profesionales, quieren derechos aunque no los ejerzan demasiado, quieren rentabilizar al máximo su esfuerzo, quieren que se les motive positivamente (la motivación negativa la odian, no son tontos) y, como estudiantes, quieren aprender. Mayoritariamente jugarán el papel de contrario al profesor, por muy de colega que este vaya, es el "enemigo", el obstáculo que hay que vencer, el arbitrario, para que, al final, un título certifique que lo han conseguido. Como el recluta "vence" al sargento instructor: superando todos los desafíos que le ha planteado.
Lo malo es que si los profesores dimiten, si el sistema se reblandece, si hay que demostrar que un alumno ha copiado, si el profesor es tanto o más evaluado que el estudiante con implicaciones laborales y salariales, si "cumple" con su trabajo porque aprueba a todo el mundo y nadie se queja, si, en definitiva, todo se convierte en una coladera, el alumno obtiene un título que sabe que no demuestra nada y sabe que los demás lo saben, desde el profesor que mira para otro lado, hasta el que contempla la posibilidad de contratarlo, pasando por los compañeros. Logran un título y pierden la autoestima, no se sienten capaces, no han superado ningún reto, sólo ven el alivio de dejar atrás el trámite.
Y de pronto están frente al abismo.
Ya no hay seis convocatorias. Con suerte te dan dos oportunidades y si no te vas a la calle, chaval, qué te has creído. Ya no vale copiar, ni reclamar, ni evaluación continua, ni defensor del estudiante, ya no hay motivación positiva ni igualitarismo, ni buenismo, ni colegueo. O vendes, o al paro; si la cagas se muere el paciente, colega, o el inocente se va al talego, letrado; o te meten una demanda por derecho al honor, reportero agresivo; o un puro de unos cuantos kilos por plagiar (aunque no te vean la chuleta), querido creador; o Hacienda te cierra el chiringuito porque esto de la contabilidad es muy serio, criatura; y no te digo nada si se te cae el edificio o el puente, flamante ingeniero o arquitecto, etc, etc, etc.
¿Los estamos preparando para eso?, ¿estamos preparándolos para enfrentarse a la frustración, al capricho del cliente o del jefe, a la necesidad de no equivocarse?, ¿los preparamos para tomar decisiones, para asumir riesgos, ejercer el liderazgo, para ser innovadores?
No digo yo que haya que convertir la Universidad en un campo de instrucción con fuego real, pero alguna pista americana debe haber, porque lo que se encuentran al salir es la guerra de todos los días, la vida real. Si no lo hacemos, o espabilan por su cuenta (que la mayoría lo hará) o se los comerán con patatas.
Los alumnos no representan la única razón de ser de la Universidad, pero son la primera. Su formación, no como profesionales (para eso está la FP), sino como personas con los conocimientos suficientes en su área para cumplir un papel social que va mucho más allá de un oficio por prestigioso que parezca. La Universidad debería formar elites, aunque ahora la elite se haya masificado. Y los alumnos.... los alumnos quieren aprobar, como siempre ha sido, quieren prácticas profesionales, quieren derechos aunque no los ejerzan demasiado, quieren rentabilizar al máximo su esfuerzo, quieren que se les motive positivamente (la motivación negativa la odian, no son tontos) y, como estudiantes, quieren aprender. Mayoritariamente jugarán el papel de contrario al profesor, por muy de colega que este vaya, es el "enemigo", el obstáculo que hay que vencer, el arbitrario, para que, al final, un título certifique que lo han conseguido. Como el recluta "vence" al sargento instructor: superando todos los desafíos que le ha planteado.
Lo malo es que si los profesores dimiten, si el sistema se reblandece, si hay que demostrar que un alumno ha copiado, si el profesor es tanto o más evaluado que el estudiante con implicaciones laborales y salariales, si "cumple" con su trabajo porque aprueba a todo el mundo y nadie se queja, si, en definitiva, todo se convierte en una coladera, el alumno obtiene un título que sabe que no demuestra nada y sabe que los demás lo saben, desde el profesor que mira para otro lado, hasta el que contempla la posibilidad de contratarlo, pasando por los compañeros. Logran un título y pierden la autoestima, no se sienten capaces, no han superado ningún reto, sólo ven el alivio de dejar atrás el trámite.
Y de pronto están frente al abismo.
Ya no hay seis convocatorias. Con suerte te dan dos oportunidades y si no te vas a la calle, chaval, qué te has creído. Ya no vale copiar, ni reclamar, ni evaluación continua, ni defensor del estudiante, ya no hay motivación positiva ni igualitarismo, ni buenismo, ni colegueo. O vendes, o al paro; si la cagas se muere el paciente, colega, o el inocente se va al talego, letrado; o te meten una demanda por derecho al honor, reportero agresivo; o un puro de unos cuantos kilos por plagiar (aunque no te vean la chuleta), querido creador; o Hacienda te cierra el chiringuito porque esto de la contabilidad es muy serio, criatura; y no te digo nada si se te cae el edificio o el puente, flamante ingeniero o arquitecto, etc, etc, etc.
¿Los estamos preparando para eso?, ¿estamos preparándolos para enfrentarse a la frustración, al capricho del cliente o del jefe, a la necesidad de no equivocarse?, ¿los preparamos para tomar decisiones, para asumir riesgos, ejercer el liderazgo, para ser innovadores?
No digo yo que haya que convertir la Universidad en un campo de instrucción con fuego real, pero alguna pista americana debe haber, porque lo que se encuentran al salir es la guerra de todos los días, la vida real. Si no lo hacemos, o espabilan por su cuenta (que la mayoría lo hará) o se los comerán con patatas.
Vaya, se me han quitado las ganas de mandar a mi hijo a la universidad. Yo creo que la FP también tiene que formar personas, más allá de su capacidad de desempeño de un oficio. Y no comparto del todo que FP y universidad deban formar necesariamente ciudadanos competitivos. Capaces y exigentes consigo mismos, sí. Por tanto, educación con exigencia y displicina útil. Pero la competitividad debería ser una opción personal que no impusiera el sistema educativo, ¿no? En todo caso, estimulante post. Gracias.
ResponderEliminarGracias por el comentario, interesante reflexión aunque sí creo que a la FP le toca preparar a las personas para un oficio, al margen de que todos, FP o Universidad formemos personas.
ResponderEliminarEn cuanto a la competitividad, no es que la deba imponer el sistema educativo, está fuera, en la calle. Podemos formar para combatirla o para utilizarla, pero siempre para vivir con ella.
Muy interesante también tu blog, si me lo permites. Hemos estado a punto de coincidir incluyendo el mismo vídeo sobre el sida. Un cordial saludo.
Hace tiempo que he dejado de creer en las excelencias de la universidad, aunque, curiosamente, todavía sigo en ella. He dejado de creer porque se ha anquilosado en muchos aspectos (por ejemplo, ¿cómo es posible que se pueda decidir mediante la nota de un examen quién puede y quién no ser licenciado?, ¿cómo es posible que se permitan crear tribunales a medida para otorgar cátedras?), porque creo que no hace suficiente por colocarse en la vanguardia social e intelectual y porque asume un papel político según el cual es más importante conceder títulos que formar buenos profesionales. Es evidente que esto no es responsabilidad exclusiva de la universidad, pero tampoco he visto ni veo que a la comunidad universitaria le preocupe demasiado. Saludos
ResponderEliminarLa nota de un examen cada vez decide menos, en los nuevos planes se tiende a sólo un 20% y las cátedras requieren una acreditación en la agencia de calidad correspondiente además de dos sexenios de investigación evaluados también por una comisión independiente y anónima, sólo después viene ese tribunal a medida que es la única herramienta que tienen las universidades para mantener coherencia en los equipos.
ResponderEliminarYo creo que la sustitución del examen objetivo por cosas como la evaluación continua de prácticas o trabajos en realidad abre más puertas a la subjetividad y a la arbitrariedad, aunque todo depende de las personas y el debate está muy abierto.
En realidad creo que el sistema es bastante desastroso, sobre todo en relación al mundo profesional, pero lo peor es cuando personas que son un desastre llegan a puestos vitalicios. Por cierto, en la Universidad no todos los son, cada vez hay más precariedad. En fin, que hay un montón de problemas como para que la tendencia sea a la relajación y todo vale. Unha aperta.