Qué hacer con los profesores "sobrantes"

Entre los múltiples problemas que tienen las Universidades para afrontar el reto de Bolonia y la convergencia europea está qué hacer con los profesores de las titulaciones con escasa demanda y con poca aplicación práctica al mundo laboral. Muchos son funcionarios y, no sólo eso, muchos son catedráticos con lo que ello implica de poder e influencia tanto en sus áreas de conocimiento como en la propia estructura universitaria local.

Naturalmente, si los gestores universitarios fueran profesionales, antes de aprobarse los nuevos planes de estudio habrían incluido en sus flamantes planes estratégicos el aprovechamiento eficiente de esos recursos humano considerando las auténticas posibilidades académicas de la cada universidad.

Dicho de otro modo: si el cuadro docente no es capaz de proporcionar la formación que demanda el mercado o bien se reconvierte o bien se redistribuye en materias transversales. Es lo que sin ninguna duda se debería haber hecho con muchos profesores de humanidades: introducir materias de cultura humanística en carreras técnicas, por ejemplo, que nunca viene mal.

Pero eso hay que pensarlo antes de que se diseñen los planes de estudio, no después, cuando ya te ha pillado el toro y no sabes qué hacer con titulaciones donde por cada alumno hay dos profesores sin que, es lo terrible, implique una mejora de la calidad.

¿Qué hace in extremis el gestor universitario, o los profesores si se les deja en sus comisiones?

Pues inventan nuevos nombres con los que maquillar la vieja oferta, confiando en que los alumnos son idiotas y picarán. Esto incluye a los grados y a los másteres oficiales con denominaciones pretendidamente comerciales que enmascaran los antiguos contenidos.

También pueden ponerse estupendos los gestores y por sus santas pelotas colocar, por ejemplo, a un lexicógrafo a dar clase de gestión de empresa o de realización publicitaria, o a un profesor de literatura a impartir docencia en topografía porque un día escribió un artículo sobre Robert L. Stevenson y su Isla del Tesoro.

Como cada jefecillo tiene una cla dipuesta a aprobar cualquier barbaridad, es posible que la decisión se lleve a cabo. Entonces el docente tiene dos opciones: o se recicla o sigue hablando de lexicografía o literatura, como si nada. Si además da aprobado general a lo mejor el conflicto se retrasa hasta que se desenmascare la tomadura de pelo y lo divertido es que sus indicadores de calidad pueden ser hasta positivos, así de surrealista es el sistema.

Otra opción sería que el lexicógrafo imparta lexicografía como materia transversal, optativa, de libre configuración o de reconocimiento general. El sistema debería favorecerlo, al fin y al cabo, el alumno decidiría libremente si matricularse en su curso aunque esté estudiando Ingeniería de Caminos o Derecho. Si el profesor, como ocurre en Estados Unidos, se queda sin alumnos tendrá que ir reformulando sus contenidos hasta hacerlos atractivos, no mintiendo diciendo que da clase de otra cosa o que prepara para no sé qué profesión, sino demostrando que la lexicografía es interesante, necesaria y viable. Claro que su problema será que si no es bueno quedará en evidencia. Como para que le ocurra eso a un catedrático de los de toda la vida.

Y un última opción para el gestor universitario es reconocer que con esta tropa la Universidad no puede dar otra cosa, y convertir en obligatoria una formación que no le interesa a nadie pero que hay que cursar si se quiere obtener un título que sí es interesante. Por ejemplo, como tenemos a 60 profesores "sobrantes", los distribuimos entre las carreras tipo Derecho, Administración de empresas, Diseño Industrial, Informática, Comunicación, Medicina, Enfermería o Fisioterapia, que tienen mucha demanda y tragarán con el peaje sin rechistar demasiado en los primeros cursos.

Las universidades más arriesgadas, contratarán nuevos profesores y diseñarán mejores ofertas en las que disimular a los sobrantes. Las más timoratas, tirarán para delante con el truquito de los nombres atractivos. Y las más paletas, con gestores realmente ignorantes, optarán por obligar a profesores a hablar de cosas de las que no saben, incluso con la connivencia de los protagonistas. Una pena. Sigo pensando que la sociedad no se merece este sistema educativo. Aunque ahora conozco personalmente a algunos responsables.

Comentarios

  1. A mí me dio literatura, en la Universidade da Coruña, ¡durante tres cuatrimestres!, un psicólogo perverso al que en tiempos de otro rector colaron como profesor de Literatura. Yo ya estoy mayorcito y el daño es menor, pero no dejo de pensar en sus víctimas de 18 o 20 años, negativamente influidas por la verborrea sectaria del individuo, estafador consentido, por otra parte, de las matrículas que pagan los padres de los engañados. La universidad, querido amigo y colega, está llena de sujetos que han colado por la puerta de atrás y que pagamos religiosamente.
    Me ha gustado tu entrada, inteligente y oportuna. Me alegra saber de ti. Apertas.

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  2. Muchas gracias Guillermo, un placer recibir noticias tuyas, me alegra que te haya gustado.

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