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Por qué funcionarán ahora las películas estereoscópicas

Disfrutando de Mundos Digitales, el festival de animación, efectos visuales y 3D, ayer estuve viendo las primeras imágenes del último proyecto de Dygra, Holy Night?, el cuarto de los largometrajes de esta productora que casi con toda seguridad se convertirá en un nuevo éxito del cine español en los procelosos mares de la animación controlados por las multinacionales americanas. Sin ir más lejos, apenas unas horas antes, Don Levy, vicepresidente de Sony Pictures Animation, hablaba de la media docena de películas de animación que tienen en la línea de salida. Comparar cine americano y cine europeo en términos empresariales es como comparar el cine de Nigeria con el de la India, pero desde la perspectiva narrativa y técnica la brecha no es tan importante. Todas esas películas de las que se hablaba ayer tenían algo en común: la estereoscopia.

Evidentemente la recuperación de la técnica que permite ver las películas en tres dimensiones, gracias a las antiestéticas gafas, es un intento por evitar la piratería, por ofrecer un nuevo aliciente al espectador para que acuda a las salas de exhibición. Algo muy parecido ocurrió en los años cincuenta, cuando el cine se atemorizó ante la incipiente popularización de la tele. Ahora las técnicas digitales no sólo mejoran la calidad de la imagen sino que abaratan la producción. Aunque también ocurre que los niveles de exigencia de creadores y espectadores son muy superiores.

¿Funcionarán en esta segunda época las películas tridimensionales? Puede que se estén dando varias circunstancias para su posible éxito: la apuesta del sector es más seria y por una vez la industria del entretenimiento y el de la tecnología van de la mano. Los peligros son los de siempre más uno nuevo: se necesita crear narrativamente historias que requieran o aprovechen de verdad la tercera dimensión, algo que no es tan sencillo, la técnica sigue sin ser del todo perfecta, exige del espectador una visión correcta (nada de ojo vago, estrabismo, astigmatismo e incluso presbicia, pues la calidad de los efectos se resiente) y siguen necesitándose por ahora las famosas gafas, que si son las baratas de plástico y cartoncillo pueden resultar insufribles y hasta dar dolor de cabeza. Pero estos son los problemas de siempre. El nuevo es que, como reconocía el propio Don Levy, la industria da por supuesto que la esteroscopia llegará también a los hogares en los monitores de TFT y de plasma, con tamaños que pueden ser hasta de 21:9, la misma proporción que en el cine, y sin necesidad de gafas, como el Philips WoWvx. Si eso ocurre, y parece que ocurrirá, el problema de llevar a los espectadores a las salas se volverá a reproducir. Y en ese instante dejará de ser atractiva la esteroscopia salvo que, como ha ocurrido con los CG o la integración 3D en el vídeo real, aporte un verdadero valor a la historia. El reto no es pequeño. Y respecto a las salas, nada optimista.

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