Educación obligatoria

Un político con mucha historia detrás me decía que cada vez que un ministro pone sobre el tapete un tema inesperado, una idea más o menos nueva que no responde a ninguna demanda social del momento, hay que buscar oscuras intenciones: distraer de otras cuestiones, obtener algún beneficio indirecto o directo desde un punto de vista personal o partidista o perjudicar a los adversarios o a los enemigos, que no es lo mismo pero es igual.

Por eso, si el ministro de Educación español pone en el foco del debate la edad límite de la enseñanza obligatoria cuando nadie parecía estar hablando del asunto, es porque al ejecutivo o a Gabilondo, o a las estadísticas del paro les viene bien.

Como globo sonda, tal vez. Pero si la medida no pretende aplicarse inminente, tampoco hace falta ser tan mal pensado. Al fin y al cabo los medios de comunicación no van a preferir hablar de educación cuando tienen al alcance de la mano corrupciones municipales, políticos detenidos, luchas de poder en entidades financieras o financiación irregular de partidos.

Y sin embargo, el gran debate sobre la educación es imprescindible, el debate sobre los contenidos y sobre los conocimientos, sobre las habilidades y las actitudes, sobre la autoridad y el nivel de exigencia, sobre lo intelectual y lo físico, sobre lo importante y lo superfluo, sobre la madurez, los territorios, los valores, la técnica, la ciencia, las humanidades, la cultura o las herramientas. El sistema educativo como guardería, como constructor de ciudadanos o como instructor, como capacitador laboral o profesionalizante.

Debate y acuerdo para crear un modelo que, por favor, sea estable aunque cambien los gobiernos, flexible para que beneficie a las personas, no a la propia estructura educativa y con presupuesto suficiente, que en este país en materia educativa habrá malas ideas pero lo peor es la gestión económica.

¿Obligatoria la educación hasta los 18? Quizá la idea sea buena, quizá no. Pero que se discutan estas cosas es mucho más interesante que estar durante años hablando de la reforma de la ley electoral, la financiación de los ayuntamientos y partidos, el pacto antitransfuguismo, los estatutos de autonomía o Esperanza, Ricardito, Bibiana y la madre que los parió. Al fin y cabo, sobre todo esto sólo es querer. Con la educación, querer no es suficiente.

PD: Por cierto, soy de los que está a favor de más años de formación, muchas menos asignaturas y muchos más profesores, muchísimo más deporte y dos o tres idiomas dominados (incluido el propio o los propios). Sólo con eso, ya habría medio camino andado.

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