Ir al contenido principal

Una noche adolescente de principios de los 80

Casi me metía en la piltra sin sacarme los playeros. Eran las cuatro o las cinco de la mañana y siempre llegaba sobado y con los oídos pitando. Toda la tarde de garimbas, en tascas petadas, soportando al julay de Chisco, el único que iba todo maqueao, y a la lercha de su piba, una grillada del pop blandito que nos miraba de esguello porque no bailábamos al ritmo de cualquier canción pija, para ella supongo que éramos unos marulos, menos su churri, claro.

Aunque latáramos a clase, casi siempre había que ir a esperarla a la salida de pasantía y como andábamos mal de guita al final quedábamos por donde siempre: primero un voltio por el centro, después la Estrella, la Franja, Los Olmos y, ya de noche, Ciudad Vieja y el Orzán. La verdad es que cundía porque, mientras ellos dos básicamente se morreaban, los demás nos tajábamos un montón y nos dedicábamos a nuestro deporte preferido: comentar que si mira esas bufas, que si qué bul, mimá, que si esa es más fea que un crollo, que mira qué piñata... Era la única diversión, tazas o cervezas hasta potar o casi, según el control y lo que tuviéramos jalado, mirar a las jas por encima de las lelas empañadas al entrar en el tugurio (los días de pelete quienes usábamos lelas no junábamos un carallo, claro) y criticarlas hasta que alguien tenía la potra de que alguna se pusiera a tiro. Si uno lo intentaba, decíamos "qué matao", porque el fracaso rondaba el 90 0 el 95 por ciento. El tema estaba durísimo. Y si alguien tenía suficiente grelo y la pava tragaba, disimulábamos la envidia con un buah, neno, yo ni jarto de grifa, pero si esa tía es un bocoi o una prea, conoce a las petroleras (por ejemplo), con las que estuvimos a solagos este verano, están buenas pero son una guarras, etc, etc.

Al final apañaba el Chisco con la novia, que de aquella acababa siempre por desaparecer, igual que el afortunado de la noche si había alguno. Los demás íbamos reventados hasta el primer me piro, que vosotros tenéis la kel cerca pero yo tengo que ir a pinrel y además me van a cachar los viejos, que hoy salían.

Rulando entre local y local no era raro que jugáramos a furazos con cualquier lata, éramos casi mayores, no como esos chinarros de catorce, pero tampoco tan puriles como para no dar el cante por la calle. De hecho cantar nos gustaba, nada de tuna, por dios, una mezcla de miudiños, vai o gato metido nun saco y las chicas son guerreras o ayatollah no me toques la pirola... Así, con diecisiete o diecinueve, de priva más de noche que de día, a veces hasta que nos chimpaban de los sitios, con las primeras trujas, los primeros cacharros y otras primeras cosas que mejor no recordar. Incluso al día siguiente, aunque el jerolo estoupaba, los recuerdos convertían una farra de juja en una noche de pinga. Lo cierto es que, mallados como quedábamos, aún íbamos a la Solana y echábamos un rebumbio.

Si ha llegado hasta aquí es porque usted y yo nos entendemos. No sé si éramos muy distintos a los de otros sitios, o a los adolescentes de ahora. Pero es que están poniendo Grease en la tele. Y, tiene usted razón, no he podido evitar ponerme algo julandrón. Sólo un poco.

Comentarios

  1. Algo si ha cambiado... Cuando yo quise ver Grease en televisión (cuando creo recordar que sólo había cuatro o cinco cadenas) mis abuelos no me dejaron ya que consideraban que era excesiva para mi edad (14 años puede ser?)... Y días después, en venganza, me colé en el cine con "mis amigos mayores" (que tendrían...17 añitos?) para ver Porkys...Uf! Como me arrepentí... Creo que si me hubiesen permitido ver Grease aquella noche me hubiesen hecho un favor! Ribadavia-198...

    ResponderEliminar
  2. Lo que demuestra que no sólo los adolescentes cometíamos errores de juventud, también los abuelos, jajaja. Gracias por el comentario.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Antonia San Juan no es un hombre

Hay miles de cuestiones sobre las que no tengo opinión, sólo estómago. La identidad sexual es una de ellas. No sé qué pensar ante alguien que duda sobre quién es. Y me quedo desconcertado ante la realidad de que algunos hombres quieren ser mujer o viceversa. O ante el hecho de que a un hombre le atraigan los hombres, a una mujer las mujeres. No tener opinión no significa mucho. La mayoría de las cosas se aceptan, se observan, gustan o no, simplemente están. Si dudo sobre la identidad sexual de una persona, me siento inseguro, como con cualquier duda, pero lo acepto como algo que no es de mi incumbencia salvo, naturalmente, que tenga algún interés sexual en ella o sea un juez deportivo ante uno de esos extraños casos como el de la corredora surafricana Caster Semenya . Pero no me quiero referir a la atleta sino a una actriz, Antonia San Juan , con la que comparto una homonimia razonable. Aunque escribamos nuestro apellido de forma diferente, ella separado y yo junto, y ella sea Antonia

Aguacero de albóndigas estereoscópicas

Pues por ahora sigue sin convencerme en cine estereoscópico, sí, el de las gafitas por mucho que haya mejorado la técnica. Pesan, quitan demasiada luminosidad, y narrativamente la tercera dimensión sigue sin aportar absolutamente nada. Pasada la primera sorpresa del novato, todo parece reducirse a que te lancen cosas a la cara. Claro que afecta la película que veas, y yo vengo afectado por ver " Lluvia de albóndigas " ( Cloudy with a Chance of Meatballs ). Una buena historia original se convierte en una mezcla de Jimmy Neutron y el Laboratorio de Dexter . El guión pretende hacer una parodia del cine de catástrofes, pero directamente se excede hasta la ridiculez, en una prolongación del final sin sentido; carece de subtramas y no dedica ni un mal guiño a los padres. Los personajes, planos, sin el menor atisbo de conciencia social respecto al hambre en el mundo; machistas (de la peor escuela, la que elimina los escasos papeles femeninos a una madre que desaparece como por art

Cambio horario: a quien madruga... le salen ojeras

Esta noche cambia el horario oficial. Decían que iba a ser el último, pero parece que la cosa se pospone. Llaman la atención las discusiones que provoca el asunto. Más si cabe en las zonas más orientales y occidentales del país, las más afectadas por el reloj respecto al sol. No importa la especialidad profesional del opinante, ya sea sociólogo o astrofísico, economista o sanitario, porque desde una perspectiva profesional todo el mundo admite la importancia del sol (los gallegos comen más tarde que los de Baleares si nos fiamos del reloj pero exactamente en el mismo momento solar). Lo que sí importa es que la persona que emite su opinión sea madrugador (alondra) o noctámbulo (búho), o feliz cumplidor de las normas sociales (sistémico) o empeñado en ensalzar la libertad individual (empático). Y sobre todo orgulloso de ser cualquiera de estas cosas. Los husos horarios, esos que insisten en que Barcelona y Londres deberían tener la misma hora de reloj, son una arbitrariedad política qu