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Pataleta sobre la educación

Permítanme un pequeña pataleta de fin de semana. Es que estoy hasta los mismísimos del sistema educativo español, de los profesores españoles, de los padres españoles y seguramente de los políticos españoles responsables de este disparate sociopedagógico en el que se desenvuelven unos niños, adolescentes y jóvenes que son hormonalmente como siempre pero que se han convertido en unas víctimas-verdugo sin precedentes.

Lo malo es que llevo años siendo padre, profesor y, algunos menos, responsable o culpable parcial de un par de planes de estudio. Odioso, vamos.

Los profesores somos culpables por muchas razones, pero sobre todo por no plantarnos y decir hasta aquí hemos llegado. De novatos disimulamos nuestras inseguridades preparando clases repletas de intenciones hasta reventar. De veteranos nos amargamos después de haber construido un discurso a medio camino entre la autojustificación, lo esencial de tal o cual conocimiento que realmente es prescindible, y el reproche a los alumnos, a sus padres y a la sociedad en general. Los profesores hemos permitido que todo el mundo nos mande en todo, hemos renunciado tanto a nuestra autoritas e independencia que nos consolamos con arbitrariedades aisladas, exámenes que muchos colegas no aprobarían, o, por el contrario, la dejadez y la supervivencia.

Los padres no estamos mucho mejor. La reducción y el retraso de los nacimientos ha convertido a estos padres tardíos, acomodados y ocupados como nunca, en seres extasiados ante las gracietas de su descendencia, sin tiempo para decir no, aunque les obligue a usar el powerpoint de la oficina para prepararles a última hora el trabajo de clase, preguntándoles la lección a las diez de la noche, cagándose en la madre del docente que encarga los deberes, abarrotando las gradas de las fiestas escolares o los partidos porque el cine americano nos ha contado los traumas que cogen los peques si no vamos al espectáculo de Halloween y les grabamos en vídeo. Lo curioso es que no hemos logrado que beban o droguen menos, ni hagan más deporte, ni se responsabilicen más que nuestra propia generación.

Y el sistema, con los políticos, los pedagogos, las editoriales, etc no para de pervertirse con las reformas globales o parciales, la multiplicación de asignaturas, la superficialidad, los horarios funcionariales, los localismos las peleas lingüísticas, los planes de estudio sin sentido fruto de negociaciones de intereses casi nunca confesados aunque siempre evidentes: el dinero y el poder. Coger un libro de texto y cabrearse es más fácil que hacerlo con un periódico o un telediario, para que luego hablen de los periodistas. Ver lo que se hace con la política de centros, el transporte, los contenidos, los colegios y universidades públicas y privadas, eso sin entrar en todo lo relacionado con la investigación, las subvenciones, la evaluación de méritos o los presupuestos, ver todo esto, digo, sin deprimirse es como para ganar el premio nobel a la estabilidad emocional.

Lo dicho. Una pataleta.

¿Una solución? Simplificar. Saber lo que se quiere conseguir y aprender cómo hacerlo. Pero por favor, no quiera conseguir muchas cosas a la vez. Quién mucho abarca...

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