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Protocolos y responsabilidades

El protocolo de violencia de género funcionó. La policía exige un protocolo sobre la exposición pública de los detenidos. El Congreso pedirá un mañana un protocolo para atender a los niños víctimas de la violencia "de género" (perdón, pero aquí sí que meto las comillas). Los expertos piden que se unifiquen protocolos, porque cada autonomía tiene el suyo. El caso de la niña de tres años fallecida en Tenerife y el linchamiento mediático y social que sufrió su padrastro hasta que fue puesto en libertad sin cargos se va a solucionar con protocolos. No se volverá a repetir gracias a los protocolos. Y si todo funcionó mal, si los médicos metieron la pata, si la niña al final murió, si un inocente fue expuesto por la Guardia Civil a la "santa ira del pueblo", si los periodistas lo condenaron, no ha sido por culpa de los protocolos, sino en todo caso por su ausencia.

Los protocolos son maravillosos, nos dicen lo que tenemos que decir y hacer. Nos eximen de responsabilidades, cumplimos órdenes, acatamos lo políticamente correcto, obedecemos porque no tenemos criterio ético, porque la sociedad-grupo-masa brama indignada que se sepa con contundencia. Soy un simple funcionario, soy un simple periodista, soy un simple médico, soy un simple defensor de las víctimas de la violencia. Yo sólo cumplo protocolos. Qué bien.

Y el debate durará un par de días. Estoy entusiasmado.

Qué tal unas palabras sobre la formación de los periodistas, de los policías, de los médicos, de los activistas de todo pelaje, de los que se lanzan a la calle, de los que se dejan manipular, de los que quieren vengarse de dios sabe qué agresión cósmica, de los que devoran miserias y de los que las alimentan para forrarse o ganar elecciones.

Bah, para qué perder el tiempo. Mejor pongamos un protocolo.

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