El suelo tiene que seguir aparentando ser caro

De vez en cuando me pierdo en moto. A veces unas horas, a veces unos días. Y suelo encontrarme, entre otras cosas, con dos tipos de sorpresas: rincones naturales a los que difícilmente llegaría de otro modo, a veces incluso por lo cerca que están de mi casa, y construcciones humanas en los lugares más recónditos, no sólo viviendas o instalaciones agropecuarias, sino también industriales y culturales. Una casa en una ladera imposible, una ermita y hasta un monasterio en medio de la nada. Me pregunto entonces qué les habrá llevado a construir precisamente ahí y me imagino herencias, historias, tradiciones... yo qué sé. La moto tiene esas cosas, vas callado y se dispara la imaginación.

Pero lo curioso es que nuestra relación con el suelo, con los lugares, ha cambiado de forma tan radical que nos ha condicionado no ya al modelo social (todos viviendo apiñados) sino también el productivo y económico. Los paletos actuales somos los cosmopolitas habitantes de las grandes ciudades que parecemos incapaces de pensar cualquier iniciativa vital o empresarial más allá de los límites de nuestro mundo urbano. Y, evidentemente, durante siglos no ha sido así e incluso hay quien en la actualidad planta su fábrica en el fin del mundo sin preocuparse del precio del solar o la seguridad del barrio. No todo el mundo requiere un acceso a la autovía, a veces ni siquiera a la fibra óptica. Hasta hay quien cree en su propia iniciativa como motor de desarrollo local, como quien monta su castillo en medio de la nada sabiendo que alrededor nacerá una pueblo. Suena medieval, pero sigue ocurriendo.

Afortunadamente, el ejemplo no cunde. Porque si la gente se repartiese mejor por el país, el valor del suelo se desplomaría. Y si el suelo se desploma, lo hace aún más el valor del mercado inmobiliario en general, y entonces los balances revientan, los de empresas y los de entidades financieras. Y si los bancos y las cajas de ahorro quiebran, nos quedamos sin nuestro ahorros, dudo qué ocurrirá con nuestras deudas, aunque sospecho que los gobiernos acudirán más en ayuda del sistema que de las personas, como acuden en ayuda de los coches, no de las bicicletas. Así que el suelo tiene que aparentar ser escaso y cotizado, aunque cuando uno se pierde encuentre kilómetros y kilómetros cuadrados donde la gente podría vivir y trabajar. Porque imagínese si no qué puede ocurrir con los 165.540 millones de euros en créditos problemáticos que tiene la banca española, cuando sólo hay fondos provisionados por valor de unos 58.000 millones de euros. Normal, dirán los técnicos, nada especialmente alarmante a pesar de los nervios que parece querer extender el gobernador del Banco de España. No son más que números de la famosa y aburrida burbuja, la que existe en los balances y la que existe en nuestros cerebros pensando que de verdad un piso puede valer 300.000 ó 600.000 euros, porque está "en el centro". En el centro de qué, me pregunto cuando ando en moto perdido por ahí. En el centro de nuestro ombligo, o mejor aún: el ombligo de los fenómenos que se han beneficiado instalándose en la cumbre social gracias a inventarse este modelo que nos arruina salvo que sigamos apretando el acelerador, el de la inflación, no el de la moto.

Comentarios

  1. Pues efectivamente "tiene usted razón" :S Voy a tener que comprarme una moto :)

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