Ética periodística y ética audiovisual
Me han invitado a dar unas charlas sobre ética periodística y ética audiovisual. Estoy aterrorizado. Bueno, exagero. Pero no mucho. Los asistentes son estudiantes de postgrado. No voy a entretenerles con orígenes etimológicos ni reflexiones sesudas de fundamentos filosóficos. Tampoco tengo tiempo para utilizar series de televisión como Los Soprano o The Wire ahora que los periódicos hacen reportajes sobre esta ¡extraña y nueva! práctica (de verdad que somos unos pailanes, en las aulas se vienen usando estos materiales desde hace décadas), aunque no sé si me resistiré a la tentación de recurrir una vez más a El Ala Oeste de la Casa Blanca, una de mis preferidas. Claro que en el día a día sobran ejemplos si recurrir a la ficción, como siempre. Ahora es el caso Gürtel, aunque también el fútbol, las farmacéuticas (las industrias, quiero decir) o la información de "género". Cualquier serie juvenil o el mismísimo Disney Channel sirven... El problema no es ese, no es si quiera qué decirles, sino sobre qué hacerles pensar desde un punto de vista práctico profesional.
Por ejemplo, está la ética de los "negocios", en concreto del "negocio" periodístico o del "negocio" audiovisual.
También está la ética de lo políticamente correcto, del no pisar callos, del lobby, de la religión, del catecismo laico.
Después, la ética de la manipulación, el periodismo y el audiovisual se basan en productos manipulados, ya no sólo en el sentido de sesgo mediático, sino de simple manufactura. Empezando por la selección del tema y acabando en su forma, tamaño de titular o de foto, ubicación, audio, montaje, ritmo, negrita... Todo es manipulación profesional.
Y esto sin entrar en cuestiones como la verdad, la objetividad, la justicia, la función social del periodista o del comunicador en general. Qué es lo correcto, el escándalo, la corrupción, los valores esenciales, los derechos humanos...
Hace poco que la Universidad española, incluidas las Facultades de Comunicación, replanteó todos sus planes de estudio. En las reuniones en que participé surgió la cuestión de la materia de ética y deontología constantemente. Todos sabíamos que se trata de una formación imprescindible, que el uso de un referente deontológico es una de las pocas diferencias que existen entre el comportamiento del comunicador profesional del aficionado, esporádico y espontáneo que tanto abunda (incluso en las mismas empresas de comunicación). Pero sólo aquellas Universidades de carácter confesional tenían clara su postura sobre qué hacer. Códigos éticos, sí. Eso es fácil. Se leen, incluso se discuten y hasta se aprenden. Pero se trata de formar profesionales, no sólo cumplidores mecánicos de códigos. Y ahí hay que meterse tan adentro como se pueda. Y en un postgrado, donde más lejos hay que llegar, porque no hay un nivel formativo mayor. De ahí mis miedos, mis dudas, mi ignorancia... mi inexperiencia. Hace veinte años esto no me pasaba. Está claro que me voy haciendo mayor.
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