Lo leeré por pura añoranza profesional, con esa mezcla de pudor, sana envidia y conciencia de intencionada mitificación. Seguiremos informando, el título lo dice todo. Pero sólo es un deseo. No sé cuánto tiempo le queda a la figura siempre romántica y minoritaria del corresponsal y el enviado especial. Por Internet, sí, pero también por las empresas, por eso que llamamos fragmentación de audiencias... Y porque el romanticismo está desapareciendo. En realidad, porque el periodismo está en peligro, lleva años en el filo de la navaja, quizá siempre lo ha estado, pero ahora que los medios de masas estallan en mil pedazos y que "cualquiera" puede informar en directo, incluso con imágenes, sin unidades móviles ni radioenlaces. Ya sé que siempre serán necesarios, sí, ya, pero no imprescindibles.
Hay miles de cuestiones sobre las que no tengo opinión, sólo estómago. La identidad sexual es una de ellas. No sé qué pensar ante alguien que duda sobre quién es. Y me quedo desconcertado ante la realidad de que algunos hombres quieren ser mujer o viceversa. O ante el hecho de que a un hombre le atraigan los hombres, a una mujer las mujeres. No tener opinión no significa mucho. La mayoría de las cosas se aceptan, se observan, gustan o no, simplemente están. Si dudo sobre la identidad sexual de una persona, me siento inseguro, como con cualquier duda, pero lo acepto como algo que no es de mi incumbencia salvo, naturalmente, que tenga algún interés sexual en ella o sea un juez deportivo ante uno de esos extraños casos como el de la corredora surafricana Caster Semenya . Pero no me quiero referir a la atleta sino a una actriz, Antonia San Juan , con la que comparto una homonimia razonable. Aunque escribamos nuestro apellido de forma diferente, ella separado y yo junto, y ella sea Antonia
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