El universo personal de Inditex

Vengo de visitar las instalaciones centrales de Inditex (Zara) en Arteixo. Conocía obviamente a mucha gente que trabaja y trabajó para la empresa, he pasado delante de sus edificios cientos de veces, había leído libros, casos, reportajes, había visto incluso algún que otro documental en televisión. Así que sorpresa, lo que se dice sorpresa, no me provocó, al menos no más que cuando materializas en persona cualquier otra cosa, ciudad, museo o paraje natural que ya estás harto de conocer en foto o en vídeo. Pero tener el corazón de un imperio comercial a las puertas de casa a veces te hace perder la perspectiva, y no lo digo tanto por la empresa, las dimensiones económicas, el modelo de negocio, el sistema de producción, de logística o de información, todo ello fuera de serie, claro, no tanto por eso, digo, como por el universo humano.

Un universo de 90.000 personas en plantilla (claro que no todas están en Arteixo como ocurre con esas fábricas chinas) y una existencia, más que la presencia: la de Amancio Ortega.

No sé si ocurrirá lo mismo con Steve Jobs en Apple o si ocurría con Gates en Microsoft. Una existencia muy parecida a la de los editores de prensa o incluso (aunque menos) a la de determinados directores. Ocurre también en algunos megabufetes, grandes estudios de arquitectura o de diseño. Pero ni las dimensiones son comparables ni el tipo de empresa en este caso se tiene que vincular por definición al espíritu creativo, emocional e intelectual de la cabeza visible. O quizá sí. Quiero decir, quizá Inditex es una empresa basada en un carácter y en un instinto individual que mantiene en marcha una enorme maquinaria en cascada. Una empresa sin demasiado organigrama, donde la cantidad de trabajadores sólo es importante en la medida en que han construido un particular mundo de relaciones personales en medio de la gran catarata.

Cuando una empresa tiene unas dimensiones sociales mucho más profundas que el ámbito geográfico que la acoge, crea un microcosmos. Que en este caso no tiene nada de micro. Existen redes de relaciones que de alguna manera levantan muros invisibles pero casi siempre infranqueables salvo que pertenezcas a la comunidad y se cumpla el código. Un código que cuelga directamente del estilo del líder, adaptado proporcionalmente a cada nivel, a cada círculo. Urbanizaciones, prácticas deportivas, aficiones, viajes, colegios... no son sólo cuestión de sueldo, sino de proximidad al vértice superior correspondiente. Claro que hay clases, claro que hay rutinas ajenas e invisibles para otros. No hay nada de extraordinario en ello. Sólo crea una curiosa incertidumbre: sin el líder ¿ese microcosmos se disolverá? Puede que la empresa subsista, pero estoy casi seguro de que, salvo que surja un nuevo y personalísimo fuera de serie, la respuesta es no. Y no me hagan demasiado caso. Esto es sólo un ejercicio turístico por paisajes humanos que daría para muchas guías bastante más explicativas que cualquier libro de gestión de empresa.

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