A los padres tifosi
Perdón por el cabreo, pero allá voy. Mira, imbécil, sí tú, pedazo de descerebrado que te dedicas a echar espumarajos por la boca como buen baboso que eres cuando vociferas al árbitro en el partido que juega tu hijito de los cojones, te voy a decir dos palabritas. Por quedarme descansado. Al verte gesticulando con el bandullo (valen también tetazas) medio descolgado de la barandilla que separa las gradas de la pista en el pabellón donde se juega el torneo de categoría es-co-lar, macho, es-co-lar, al verte así, digo, ese niñito tuyo debe estar creyéndose que es el centro del universo. Más aún: el mismísimo hijo de Dios cuyo sufrimiento en la cancha provoca la santa y justificadísima ira de su padre. Y su sufrimiento, angelito mío, es que ha recibido una supuesta leche de un contrincante y el árbitro ¡no lo ha visto!. Y tú, sí tú, accidente biológico de medio pelo, disparas tu mala hostia contra un individuo que tiene como mucho dos o tres años más que tu niñito del alma, que está aprendi