Cómo acabar con el fango

No me sumo a los voluntarios que han surgido motivados por Pedro Sánchez para encontrar solución al problema del bulo, las “fake news” o el “lawfare”. Siempre han circulado las falsedades, las calumnias y las injurias. Primero boca a boca o boca oreja. Después, por escrito, con la imprenta, con la radio o con el audiovisual. Y, ahora, con los móviles, los ordenadores, los bots y la inteligencia artificial. El poder siempre ha tratado de controlar la información, con el  púlpito, el “nihil obstat”, el fondo de reptiles de Bismarck, la interferencia o el hackeo. Y siempre la tecnología ha encontrado un nuevo modo de distribuirla. Tanto la información veraz como la mentira. ¿Cómo arreglarlo? Por fortuna, es casi imposible.

Primero, porque se necesitaría un pacto internacional. Pero ocurre como con los paraísos fiscales: a ver quién le pone el cascabel al gato; además, todos los Estados, si pueden, espían o crean climas de opinión según sus intereses. Segundo, porque el poder de las grandes tecnológicas es muy superior a de las mayoría de los poderes públicos. Google, Meta, Apple, Amazon, Microsoft tienen capacidades que abruman a cualquier Estado democrático medio. Y, tercero, por la incapacidad o el desinterés de los sistemas nacionales de educación para formar ciudadanos con sentido crítico y cultura suficiente como para defenderse de la propaganda, el populismo o la arenga emocional ideológica o patriótica.

La tentación de algunos gobernantes es legislar o intervenir. En ocasiones, con la disculpa de la regeneración, sin distinguir entre la opinión y la información, solo entre lo que les favorece o les incomoda. Dependiendo de su honradez democrática, redactan leyes de prensa, instauran ministerios de la verdad o utilizan presupuestos públicos para cloacas, campañas publicitarias o convenios. Solo la ética de los políticos, los periodistas profesionales y los activistas puede contener en medidas razonables un campo de juego que tendrá siempre algo de barro. O fango.

Los medios informativos “serios” tenemos nuestra parte de culpa. Siempre hemos seguido la agenda del poder y ahora también seguimos la agenda de las redes. Convertimos en noticia una denuncia, una demanda o una querella no porque haya pruebas sino porque se ha presentado. Y resulta bastante inevitable hacerlo. Como ha sido inevitable aceptar las ruedas de prensa sin preguntas. O callar determinados temas por intereses publicitarios. Forma parte de esa humedad en el terreno. En condiciones normales se puede seguir jugando, con sus defectos, pero la pelota rueda razonablemente y los jugadores cumplen con su cometido. Hasta que se rebasan los límites legales básicos, los que garantiza una constitución democrática.

Cuando esto ocurre no hay que poner puntos y aparte, ni tomar medidas especiales, ni regenerar nada. Simplemente hay que dar más medios a la justicia. Sí, aunque haya jueces poco éticos (que alguno habrá) de derechas o de izquierdas. Porque no hay que tener fe en los jueces, hay que contar con un sistema judicial fuerte y bien articulado, con suficientes capas de seguridad. Y el sistema, mal que bien, lo vamos teniendo. Lo que faltan son más jueces, más fiscales, más letrados de la administración de justicia, con menos plazas inestables, con más herramientas técnicas, con un modelo de acceso a la profesión más sensato.

El fango no va a desaparecer, seguirá habiendo “sindicato del crimen”, “fachosfera”, “sanchosfera”, los pérfidos medios de Putin o el simple odio viral. Hombre, ayudaría meterle algo de mano a las tecnológicas y sus algoritmos. Y cada vez educar mejor. Pero no nos pongamos estupendos. Con una Justicia más abundante, eficaz y dotada el terreno de juego estaría algo menos embarrado.

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