Profesionales, aficionados e idiotas
Todo el mundo tiene una historia que contar. Pero sólo si la tiene que contar todos los días es un profesional. O, para ser más exactos, si debe encontrar cada día una nueva historia. Escribir una novela o dos no te hace novelista, ni escribir unos cuantos artículos te hace periodista, ni participar en un par de películas te convierte en cineasta o actor. Contar historias, crearlas, buscarlas o fotografiarlas cuando te apetece o cuando te las encuentras es un placer; que tu jefe o tu cliente te las pida a un ritmo determinado te convierte en un currante de la tecla, de la cámara, del micro. ¿Qué diablos somos los que tenemos el virus de mantener ese ritmo diario porque nos da la gana, no porque cobremos, ni porque nadie te lo exija? Pues supongo que idiotas. Aunque, mire usted, más idiota me parece el esporádico que cree que se ha convertido en profesional o el profesional que no tiene el virus. Ése, además de idiota, suele ser un amargado. Hace casi 30 años tuve la ocasión de co