El juego de los milmillonarios
La fundación de Marta Ortega ha obtenido una concesión de terrenos en el por ahora desaprovechado puerto coruñés para darle continuidad a su sala de exposiciones. Hace apenas unas semanas su padre donaba unos aparatos de protonterapia contra el cáncer. Unos aplauden su filantropía. Otros se escandalizan.
Los “milmillonarios” siempre provocan estas dos reacciones. Hay quien piensa que ganan tanto dinero porque no pagan los suficientes sueldos ni los suficientes impuestos. Hay quien los admira por la riqueza que generan y quien los elogia esperando llevarse bien con ellos. En realidad, me interesa poco esa polémica.
Comprar tecnología para la sanidad pública u organizar muestras fotográficas, siendo cuestiones difíciles de comparar, tienen en común su gratuidad para los ciudadanos, aunque puedan suponer calderilla para sus impulsores. Pero no entro a juzgar, ni siquiera opinar, sobre cómo emplean los Ortega su dinero. Son simplemente dos ejemplos de lo que pueden hacer las grandes fortunas, ejemplos para reflexionar sobre cómo los grandes empresarios pasan a la historia.
Las series nos han mostrado que los ricos también lloran, que los milmillonarios se despedazan entre ellos, que aspiran a poner o ser presidentes (y lo son en la vida real), que son tan presos de las circunstancias como cualquiera (bueno, quizá un poco menos). Y, sobre todo, que casi nunca aportan nada en verdad importante o revolucionario a la sociedad.
Fuera de la ficción, personas como Gates, Soros o los Ortega han tomado iniciativas que les honran, aunque por ahora sus empresas y su identidad personal trascienden muchísimo más que su obra social.
De ahí la duda: ¿pasarán a la historia como Rockefeller o como Stanford?, ¿como JP Morgan o como Mayo?, ¿como Vanderbilt o como Edison? Porque no es lo mismo.
A lo mejor no les importa. Y acaso sea demasiado pronto para hablar de historia. No obstante, permítanme un juego sobre millonarios. ¿Qué le viene a la cabeza al mencionar el nombre de Gates? Microsoft. ¿Musk? Tesla o X. ¿Jeff Bezos? Amazon. ¿Juan Roig? Mercadona. ¿George Soros? Este solo especulador, ni siquiera una marca. Podríamos seguir con más nombres famosos internacionales (Arnault, Ellison, Buffet, Slim…) o solo españoles (Del Pino, Olivo, Maté, March, Fierro…). Bueno quizá ya solo los lectores más informados asociarán estos últimos nombres a sus imperios empresariales. Eso sí, suenan a millonarios. Nada más. Pero la historia casi siempre olvida las empresas y como mucho conserva el nombre del rico de turno. Trate de recordar por ejemplo a qué se dedicaban Rockefeller, JP Morgan, Vanderbilt o Rothschild. Han pasado la historia por sus fortunas, como sinónimo de dinero y poco a poco se pierde la memoria de sus imperios. Sin embargo a Thomas Alva Edison, el del cine y la bombilla, nadie le recuerda como un emperador del hormigón. Ni se le asocia de forma especial a sus millones. Stanford es una prestigiosa universidad creada por un hoy casi anónimo Leland Stanford, que se forró con el ferrocarril y la fiebre del oro. No mucha gente conoce el nombre de William Worrall Mayo, pero la Clínica Mayo es una institución médica respetada en cinco continentes. Algo similar ocurre con Andrew Carnegie, olvidamos el acero y recordamos la sala de conciertos y templo de la cultura neoyorquina o también su Universidad. ¿Guggenheim y minería?, ¿qué me dice?, ¿los Guggenheim no eran unos museos muy originales?
Hay más de 2.600 milmillonarios en el planeta. Seguro que saben qué hacer con su dinero, además de multiplicarlo. Bastantes son mecenas o filántropos… Todos, poderosos. Solo algunos pasarán a la historia.
Y pocos, muy pocos, trascenderán a su fortuna. De hecho, no ellos, sino sus obras. Claro que quizá no quieran. Quién sabe.
https://www.elidealgallego.com/articulo/opinion/juego-millonarios-4767292
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