El asesino silencioso

 Ninguna de las principales ciudades españolas cumple con los nuevos límites europeos a la contaminación. En otras palabras, respiramos mierda. Pero antes de caer en tentaciones alarmistas o negacionistas, antes de prohibir el uso del coche o demonizar la agenda del cambio climático, recordemos por un momento que tenemos en casa otro veneno con el que las administraciones o los ecologistas siguen siendo sorprendentemente laxos: el radón. 

En España se rebajó en 2022 el límite de radón aconsejable en empresas y locales públicos. Y desde junio será obligatorio medirlo en las empresas gallegas. Pero este límite normativo sigue siendo el triple de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Y nadie protesta, ni ninguna administración parece dispuesta a tomar medidas comparables con las que se están tomando, por ejemplo, con el tráfico.
Según estimaciones de la OMS, el radón mata en España unas dos mil personas al año. Parecen pocas si tenemos en cuenta que anualmente fallecen más de cuatrocientas mil. Pocas, pero son el doble que los muertos por tráfico, e invertimos millones en seguridad vial. 

268 homicidios, 56 mujeres asesinadas por violencia de género. No todos los asesinatos son noticia ni ocupan el mismo tamaño de titular. La sensibilización social y política y los medios económicos utilizados nunca serán suficientes. Pero el radón mata casi diez veces más. Con el incendio de Valencia (esto ya es un poco acordarse de Santa Bárbara cuando truena) nos alarmamos por los peligros en nuestras casas del poliuretano o de las fachadas ventiladas. No estaría mal mencionar que, incluyendo los incendios forestales (siempre olvidados en invierno), los fallecidos por fuego y explosiones apenas superan el centenar al año. Tenemos 20 veces más posibilidades de morir por el radón que quemados.

Para rebajar la cifra de 25.000 muertes por contaminación ambiental se dedican miles de millones, crean zonas de bajas emisiones, carriles bici, revolucionan el sector del automóvil y están dispuestos a transformar nuestros hábitos de vida. No hay la misma guerra contra el avión (siempre queremos más vuelos low cost) ni contra el barco, ni de mercancías ni cruceros. Pero se toman medidas drásticas. Seguro que muy necesarias. Y se rebajan de golpe los límites de dióxido de nitrógeno y de micropartículas. Cierto que la contaminación mata más que el radón, pero el coste de esta guerra es incomparable.

Porque reducir los 2.000 muertos del radón es relativamente sencillo y barato: basta con ser conscientes, medir su presencia y ventilar. La medición cuesta poco: a partir de 15 o 20 euros ya hay medidores en el mercado y  por 100 o 150 euros ya son muy fiables. En el Reino Unido o en Bélgica el servicio es público. Ventilar es gratis en la mayoría de los casos. La ventilación forzada simplemente debe ser obligatoria en sótanos, bajos o primeras plantas de empresas y edificios públicos, centros educativos, cárceles, hospitales, etc. Y mucho más en Galicia, tierra de granito y por tanto tierra de emanaciones constantes de radón.  Si socialmente tuviéramos el mismo interés en este peligro que en otros bastante menos reales, la administración no tendría los santos bemoles de triplicar el máximo recomendado por la OMS.

Pero ni los medios ni los gobiernos ni los ciudadanos le damos importancia. Hasta que aparece un frecuencia sorprendente de cáncer de pulmón en, por ejemplo, un centro de trabajo, y mueren algunos compañeros. O cuando te percatas de que toda una familia de una casa de piedra vecina ha ido falleciendo por la misma causa incluso en varias generaciones. Sí, hay edificios asesinos y no porque estén malditos. Sino porque la ignorancia y la insensibilidad nos convierte en idiotas.


https://www.elidealgallego.com/articulo/opinion/asesino-silencioso-4741704


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