Desde un iPad, fidelizado

Estoy tratando de escribir mi primera entrada en el blog con un iPad. Naturalmente no es el aparato más adecuado para ello. No es cómodo ni rápido, pero te saca de un apuro. Eso sí, me dice que no me admite el modo de redacción con la actual versión del navegador. Me parece extraño, teniendo en cuenta que lo acabo de desembalar y debería incluir una versión moderna del Safari. Aunque no soy capaz de resolverlo, el problema no parece grave. Sigo trabajando con relativa normalidad. Y me veo a mí mismo un poco ridículo. Macadicto, un poco snob, casi con demasiados gadgets tecnológicos (sin casi sería más exacto). He perdido la cuenta del número de aparatos fabricados por Apple que han pasado por mis manos desde mi primer Mac Plus, todavía en casa, con un disco duro externo de 20 megas y su impresora ImageWriter. Mejor ni lo confieso. No sé cuánto de esto ha estado provocado por la calidad del producto, por sus estrategias de marketing, por su diseño industrial, por inercia, por capricho... Solo sé que llevo casi un cuarto de siglo fidelizado por una marca, a la que he dado millones (ha habido unas cuantas compras empresariales en las que he tomado la decisión), a la que he proporcionado docenas y docenas de nuevos clientes, que nunca me ha regalado nada y que me sigue provocando el deseo cada vez que saca un nuevo producto al mercado. No todos me han gustado ni los he usado por igual, pero la media de satisfacción ha sido elevadísima. Con los años voy perdiendo pasión, pero sigo picando. Algo tiene la condenada manzanita. Una fórmula mágica que, si yo fuera representativo de algo, que seguro que no lo soy, sería el secreto del éxito empresarial, de la salida de las crisis, de la cautivación del cliente. Y mira que me da rabia reconocerlo. Además, a estas alturas de entrada de blog, hasta ya escribo con el iPad aceptablemente rápido, manda narices.

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