Países y empresas, algunas diferencias
Un país no puede reducir plantilla. Como mucho puede ir a la guerra, recortar gastos de sanidad o de seguridad ciudadana, incentivar la emigración, dificultar la natalidad...
Un país no puede variar de tamaño, salvo que reparta independencias o emprenda acciones imperialistas, lo inunden tsumanis o lo expanda el derrame de lava volcánica. Los países no pueden adaptar su dimensión física a la situación de mercado, no hay flexibilidad laboral que valga, ni despido libre (salvo la pena de muerte, claro), ni abre o cierra territorios como si fueran sucursales.
Un país no puede fijarse un objeto social, cumplirlo y liquidar si lo considera oportuno. No puede maximizar el beneficio ni la rentabilidad del accionista, no puede convertir a sus ciudadanos en simples clientes, ni siquiera en simples usuarios.
Un país no es una empresa, aunque pueda parecerlo. No lo es ni desde la perspectiva de planificación estratégica, ni desde la de los recursos humanos, ni los financieros. Quizá sea una realidad en crisis en medio de tanta economía global, puede incluso que haya que dejar de pensar en términos nacionales para hacerlo en términos planetarios. Pero aplicar la religión del management, el dogma del tipo de interés o el mandamiento de índice bursátil o el balance a la situación de un país es tan disparatado como cuadrar la cuenta emocional de pérdidas y ganancias de un ser humano. Quizá el FMI, la Reserva Federal o el Santander puedan. Yo no.
Me encanta la ironía de este tipo de entradas.
ResponderEliminarSaludos.
Un país tampoco puede cerrar por liquidación y derribo, aunque éste parece a punto de hacerlo.
ResponderEliminarSaludos,