Ideologías, mentiras y mayorías absolutas

Puedo equivocarme, pero cuando el gobierno de Zapatero decidió bajar los sueldos a los funcionarios se produjo un punto de inflexión en el modo de hacer política en España. Dejando al margen que fuera justo o injusto, evitable o no, ocurría con esa decisión algo tremendamente desasosegante y maquiavélico: los poseedores de una mayoría absoluta se vieron capaces de hacer cualquier cosa y la opinión pública no se rebelaba.

Y, además, no era necesario disimular.

En realidad siempre había ocurrido que, con cualquier excusa, no se cumplieran los programas electorales, o directamente se mintiese, o se olvidase intencionadamente una medida prometida, o que se hiciera directamente lo contrario de lo dicho. Pero o bien se disimulaba, o bien se justificaba con argumentos peregrinos, retorcidos, torticeros. Es política. O realpotilik. O razón de Estado. Y todo se maquillaba para que las urnas no se resintieran.

Pero desde hace unos años, quienes mandan creen que no lo necesitan. Aplican su ideología, o peor aún sus ocurrencias, con total desfachatez, aun sabiendo que los tribunales acabarán por quitarles la razón. Si hay que pagar una indemnización, la paga el Estado, o sea ellos no, todos. Si hay que dar marcha atrás a la medida, se hacen los remolones, alargan los plazos hasta que vengan otros y asuman su problema.

Ningún político en su sano juicio podría pensar en permanecer en el cargo después de estos últimos años de crisis. Al menos ninguno de los que han recortado sueldos, derechos, prestaciones en sanidad y educación, mantenimiento de obras públicas, justicia, seguridad... Al menos ninguno de los que cobran y militan en partidos empapados de corrupción, estafas bancarias y desahucios.

Sin embargo lo piensan. Aunque me resulta dificilísimo de creer, puede incluso que alguno esté convencido de haber hecho lo correcto. Como quien cercena un brazo gangrenado. Preferiblemente el brazo de otro, claro. Hasta les da una subida de testosterona: se ven a si mismos como cirujanos de hierro, con carácter, con pelotas...

Alguien me dijo alguna vez que lo malo de una ideología es que siempre hay un imbécil que la comparte contigo. Los que votan a esos políticos por ideología, deberían pensarlo también.

PD: por cierto, hoy decían que devolvían a los funcionarios lo que les habían quitado; después, lo desmintieron. Mañana pueden decir cualquier cosa y después la contraria. Hoy me han dejado la moral por los suelos los antiguos escoltas de los amenazados por ETA, los preferentistas, los enfermos de hepatitis, las noticias de siempre y los políticos de mayoría absoluta e imbéciles.

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