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La empatía con "los malos"

En la primera columna, imágenes de Hijos del Tercer Reich, Banderas de Nuestros Padres y Carta desde Iwo Jima. En el centro, Santuario, Salvados y Asier y yo. A la derecha, Dexter, El francotirador y Los Soprano.

Los asesinos no tienen empatía con sus víctimas. Pero el mundo de la ficción y de la información puede hacernos sentir empatía con el asesino casi con la misma facilidad que con sus asesinados. Ha ocurrido una vez más con el programa de Jordi Évole entrevistando al etarra Rekarte. Y sucede cada vez que un realizador le da el papel protagonista a quien la industria audiovisual del momento o el poder sin más se lo ha negado a lo largo de la historia: los perdedores, los malvados, los terroristas, los mafiosos, los nazis, los fascistas, los comunistas, los psicópatas, los pederastas....

En su último éxito, El francotirador (American Sniper) Clint Eastwood, el maestro y siempre controvertido director, da una visión cosificada de los "abatidos" por su protagonista, Chris Kyle. Su impersonalización, totalmente intencionada y por eso polémica, choca con ese gran experimento de objetividad que es su bilogía Banderas de nuestros padres (Flags of Our Fathers) y Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima). Hijos del Tercer Reich (Unsere Mütter, unsere Väter) conmocionó a la opinión pública por ponerle rostro humano a la generación nazi. Dexter hizo lo propio con un justiciero asesino en serie, aunque es verdad que siempre asesinaba a malvados. La lista de productos audiovisuales que se ponen de parte de los buenos es infinitamente más grande que la que enumera películas desde la perspectiva de los malos. Normal. Pero hay que admitir una cierta tendencia a convocar a la audiencia desde el otro lado.

Cuando doy cursos de ética audiovisual casi siempre surgen los mismos temas, las mismas discusiones desde posturas más o menos estandarizadas. Mucha corrección política, mucha ideología o mucha religión, mucha emoción y mucha incomodidad (incluso enfado) por pararse a pensar sobre los principios y los valores personales. La semana pasada una estudiante de máster me dijo con la seguridad de los veintitantos años que los productos audiovisuales que provocaban la empatía con "los malos" no planteaban ninguna cuestión ética. Simplemente se hacían cuando la sociedad estaba preparada para aceptarlos. Un compañero de curso respondió: o cuando el poder lo permite. Quedaba totalmente al margen, al parecer, la verdadera cuestión: ¿es correcto fabricar un producto para que el espectador empatice con el asesino, con "el malo"?

El concepto mismo de ética audiovisual es discutible. Aunque alguna reflexión merece la responsabilidad individual que tenemos los que nos dedicamos a cualquier faceta de la comunicación social, más allá de los códigos deontológicos. Ficción, información, educación o persuasión, no importa demasiado desde la perspectiva de la ética. ¿Hacemos lo correcto? ¿O ni siquiera nos lo cuestionamos? Nuestro Pepito Grillo o el "inquilino interior", del que hablaba la Mafalda de Quino, nos lo dirá. Y conste que yo también entrevistaría a Rekarte.

Comentarios

  1. Viene a decir José Ovejero con su "(La) ética de la crueldad" que presentar al espectador-lector un mundo cruel no es desmotivarlo, insensibilizarlo o, incluso, hacerle atractivo un dilema moral. No. Él cree que retratando la sociedad en la que vivimos (con sus luces y, sobre todo, con sus sombras) abrimos los ojos y podemos cambiarla. Es el "Largo viaje hacia la noche" de Eugene O'Neill el que hace el consumidor de productos "violentos". Y no, no es cinismo, es la realidad que siempre supera a la ficción.

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