El final de Mad Men


Vuelvo a escribir sobre esta serie, ahora que acabó, tan inteligente que en el último instante del último capítulo me hizo sentir inteligente a mí. Porque durante toda la temporada estuvo facilitando pistas sobre lo que iba a ocurrir sin que nadie (yo al menos) pareciera darse cuenta. Y de pronto todo encajó. La excelente técnica narrativa atrajo la atención sobre elementos que distraían, aunque conformaban el relato de todas las subtramas, y nos hizo creer que el viaje vital del protagonista tenía que acabar en una crisis definitiva, la que le llevase al suicidio o por lo menos a un punto de inflexión tan rotundo que justificase el final de la serie. Y no fue así. La crisis de la última temporada era como otras, quizá más grave, pero la vida profesional y personal sigue. Ése es el excelente final. Un guiño a los aficionados a la publicidad, a una generación que todavía canta la melodía de ese anuncio de Coca Cola, a la chispa de la vida, a todos los creativos que sufren periódicamente intensísimos  dolores de parto, a las mujeres que avanzan sin descanso, a los hombres que naufragan en las transiciones, a las relaciones de ambos, a su reinvención, a un país y un guiño, en resumen, a toda su zona de imperio cultural que reconoce esos signos casi como propios, cuando no íntimos.

Mad Men no era un producto para mayorías, sino para minorías inmensas. Estética, ritmo, irrealidad en el reflejo de la realidad de una época dorada que en España sólo empezaba a atisbar remotamente. En muchos capítulos se les fue la mano. Pero la intención, la elegancia, la ambivalencia, los matices, la factura del guión, del diseño de producción, de la foto, del montaje, de la dirección de actores.... todo se ha mantenido a un nivel magistral durante años. Admirable.


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