Mi mono y yo

Quizá le haya pasado alguna vez. Sobre todo si vive en una localidad no muy grande. Alguien se salta un stop o un ceda, o hace cualquier otro tipo de pirula y usted le pita, le abronca, le menta a la madre. Es tarde cuando usted se percata de que conoce al sujeto en cuestión: un vecino, un cliente, un jefe, un amigo, un familiar. Y se mezclan las sensaciones: vergüenza, sí, pero menuda ha hecho... quizá he exagerado... ahora ¿qué hago?, ¿le saludo?, ¿me disculpo?, ¿no debería disculparse él?, ¿hago que no lo conozco?, ¿qué nos diremos la próxima vez que nos veamos?

Somos la persona educada pero también la que pierde el control. La frecuencia de esa pérdida y el nivel de descontrol alcanzado es lo que marca la diferencia entre el ser humano racional y el estúpido, entre el empático y el egocéntrico, entre la inteligencia y el mono. Con perdón para los monos. Ira, miedo, chulería, inmadurez, rigidez mental, sentimiento justiciero... Dicen que el dinero no nos vuelve idiotas, sino que saca al verdadero idiota que llevábamos dentro y que disimulábamos. En el coche ocurre algo parecido. También con el poder. Con cualquier poder. El de un puesto de funcionario, de profesor, de político, de jefecillo, de dueño... dale un carguito y te diré de qué pie cojea Manolito.

Ayer cojeé yo. En una rotonda. Escribo esto como propósito de enmienda.

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