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Forofos

Me he tomado unas semanas de vacaciones porque sabía que, de lo contrario, iba a estar hablando de política. Y para qué cebarse con el árbol caído.

Además, he desarrollado una especie de fobia a la bronca, a la discusión emocional, a los chillidos de fanáticos, extremistas, reaccionarios, histéricos, integristas... Bueno, soy padre de adolescentes, ya tengo suficientes salidas de tono en casa.

El caso es que entretanto, he confirmado, por ejemplo, que mi cuenta de Twitter cojea de una pierna. Que buena parte de mis alumnos veinteañeros son incapaces de sustraerse a la pasión de la bandera (sea la que sea), como siempre, por otra parte. Que personas racionales, inteligentes, equilibradas y amigas echan espumarajos por la boca, incluso coincidentes con mis propias ideas aunque no por eso menos "salpicantes". Que los comentarios de los blogs o los periódicos que leo llegan a radicalismos tabernarios que meten miedo. Estamos abonando el camino a la violencia, porque el desborde de la bilis acaba casi siempre por soltar los remos.

Y no sé muy bien qué hacer: si mirar para otro lado, otras lecturas y otras compañías; o si emprender la guerra santa contra la santa ira de las narices. Lo malo es que sigue la crisis, la mala leche va ir a más.

El otro día, al término de un curso en el que la estrella invitada era la psicología positiva, los ponentes tomábamos café. La conversación giraba en torno al desánimo, a la picaresca, a la resignación, a la generación de hijos que hemos educado los padres de entre 45 y 65 años, a la eliminación de trabajo, derechos, bienestar, prosperidad. A la pérdida de confianza, a la ausencia de obligaciones y cultura del esfuerzo o, lo que es peor, la inexistente cultura de los resultados.

Con la charla, la psicología positiva se había quedado en las transparencias de PowerPoint. Éramos forofos del pesimismo intelectual. Podíamos estar hablando de fútbol pero hablábamos de un estado de ánimo general, de una sensación. Eran simples relaciones públicas, pero con tono negativo.

A veces me pregunto si entre la mala leche y el pesimismo no estaremos provocando una depresión que va mucho más allá de las condiciones económicas. Ojalá me equivoque.

Comentarios

  1. Supongo que no te estoy entendiendo pero si lo hago en este caso no estoy demasiado de acuerdo. A mí me parece que la gente, particularmente nuestros comunes alumnos veinteañeros, en general se indigna poco y aunque, obviamente, nada más lejos de mi ánimo que desear reacciones violentas (que no, que nunca) sí me gustaría a veces respuestas un pelín más incendiarias. Y el pesimismo y la depresión a veces se combaten con la fuerza del cabreo que, dicho sea de paso, no es para menos que para andar ceñudos, cejijuntos y cabreados. Mejor los "angry young men" que los habitantes de 1984, digo yo. Y para mí que nos parecemos más a los segundos que a los primeros.

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  2. Me temo que el forofismo es la antítesis de la movilización. Los forofos van en rebaños. Sólo gritan si alguien les alza la bandera. Los indignados son otra cosa.

    Mucha gente está cabreada en su gradas, en sus foros, en sus cafés. Pero no hacen nada, sólo quejarse cegados por la ira, mientras pagan sus entradas al espectáculo que los narcotiza.

    La solución no es enfandarse. Es hacer.

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