Empiezo a pagar por prensa digital

Pues al final, empiezo a comprar. Han pasado unos días desde mi última entrada en este blog buscando explicaciones sobre mi extraño comportamiento ante los quioscos digitales. Y por pura disciplina "profesional" me he obligado a comprar periódicos y revistas aprovechando ofertas de lanzamiento veraniegas. A diario. Tirando la casa por la ventana: gastando las astronómicas cifras de 0,79 céntimos por ejemplar e incluso 2,30 euros si se trataba de una revista. Hala, será por dinero. Y en efecto, en el caso de las revistas definitivamente prefiero leerlas en el iPad que en papel. Mejores fotos, posibilidades de diseño llamativas y mucha, mucha comodidad. En el caso del papel prensa, aún no he superado la sensación de novedad, me siguen sobrando las interacciones y los "enriquecimientos" de noticias con vídeos que no enriquecen nada o galerías de fotos que tampoco suponen una gran mejora. No puedo compartir el ejemplar con los otros miembros de mi familia, ni lo puedo llevar en la bolsa de la compra a cualquier lado, especialmente a la playa suponiendo que pudiera ir. Aún así, la ventaja del precio, la posibilidad de leerlo nada más despertarme y agrandar la letra en vez de estirar la cabeza hacia atrás (la mezcla de presbicia e hipermetropía empieza a ser demoledora) me producen la suficiente satisfacción como para pensar en que en breve voy a decantarme también por la pantalla, aunque el papel siga jugando un ídem importante.

Así que me entrego a los dispuestos a pagar un precio razonable con tal de que el periodismo de calidad subsista. Incluso con fervor.

Pero soy periodista. Tengo más de 40 años y llevo toda la vida leyendo en columnas, titulares proporcionados a la importancia de la noticia, páginas ordenadas con cierto criterio y según las costumbres de localización de secciones. La publicidad impresa no me molesta, incluso acepto que me ofrezcan un futuro interactivo, igual que me gustaría una cierta interactividad en las páginas de servicios (cartelera, bolsa, anuncios clasificados...). Pero soy un clásico. Vamos, que para mí no hay color entre leer un diario en su versión web y en su versión iPad.

Aún pensando que el parque de tabletas no dejará de crecer, o que se hagan tan potentes como para desterrar del uso doméstico a los portátiles, existe ya toda una generación de menos de 30 años que lleva diez con información gratuita y banners. Que leen noticias en agregadores sin fijarse en las cabeceras de los medios, diseñadas en pixeles no en cíceros ni picas, con escasísima dirección de arte, con vídeos de calidad subterránea y formatos distorsionados, picoteando en las redes sociales del llamado periodismo ciudadano o de los "gurús" e "influenciadores" en vez de lo periodistas. A esa generación van a tener que reducirle mucho la oferta en la web para que pague, sea lo que sea.

Entre tanto hay que aguantar el período de transición. Y el sector periodístico nunca se ha caracterizado ni por su paciencia ni por su visión a largo plazo. Con el encogimiento de las plantillas, la presión diaria desborda a quien debe tomar decisiones. Y la teta de la vaca vieja aún da leche, mientras que los interrogantes exigen una energía que no sobra en estos momentos.

Pero, hoy más que nunca, no se me ocurre ninguna alternativa al futuro del periodismo escrito profesional que las tabletas.

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