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El juego de los milmillonarios

  La fundación de Marta Ortega ha obtenido una concesión de terrenos en el por ahora desaprovechado puerto coruñés para darle continuidad a su sala de exposiciones. Hace apenas unas semanas su padre donaba unos aparatos de protonterapia contra el cáncer. Unos aplauden su filantropía. Otros se escandalizan.  Los “milmillonarios” siempre provocan estas dos reacciones. Hay quien piensa que ganan tanto dinero porque no pagan los suficientes sueldos ni los suficientes impuestos. Hay quien los admira por la riqueza que generan y quien los elogia esperando llevarse bien con ellos. En realidad, me interesa poco esa polémica. Comprar tecnología para la sanidad pública u organizar muestras fotográficas, siendo cuestiones difíciles de comparar, tienen en común su gratuidad para los ciudadanos, aunque puedan suponer calderilla para sus impulsores. Pero no entro a juzgar, ni siquiera opinar, sobre cómo emplean los Ortega su dinero. Son simplemente dos ejemplos de lo que pueden hacer las grandes for

Jueces sustitutos

  Catorce nuevas juezas se incorporan a su cargo en Galicia. Perdón por no hablar de su sexo, sino de su ridículo número. Porque, solo unos días después, se han convocado  para los tribunales gallegos 111 plazas de jueces sustitutos y magistrados suplentes. Dicho de otra forma: se necesitaban 125 jueces en Galicia y únicamente convocaron 14 plazas fijas. En toda España han ofertado 120 plazas para titulares y mil de sustitutos. Una locura. Cómo no va a ser lenta la justicia. Uno de cada cinco jueces en España trabaja en precario, tras un concurso de méritos, sin oposición y sin haber pasado por la Escuela Judicial. Algo semejante ocurre con los fiscales. El poder en general y el judicial en concreto parecen preferir un abultado cupo de jueces temporeros que, si no gustan, no se les vuelve a llamar. Ni siquiera son fijos discontinuos. Sí, lo sé, ocurre en el Sergas, en todo el sector público. En este país, la Administración es el primer contratador con miedo al trabajador estable. Pero

Escuela gallega de cine

  Semana de Oscars, en realidad trimestre de premios cinematográficos que en Galicia rematará el próximo 23 con la entrega de los Mestre Mateo. Siempre me ha sorprendido el éxito de público que registran estas galas, aunque después reciban críticas feroces. Los Goya reunieron a casi dos millones y medio de espectadores ante el televisor, un año en el que la taquilla se va sobreponiendo tras la pandemia y las plataformas producen películas y series sin parar. El sector audiovisual crece como nunca. El gallego también. Salta, O corno, Fatum, Matria, Rapa… No solo se estrenan más títulos sino que son mucho mejores. Productoras como Vaca, Portocabo o Voz Audiovisual han alcanzado niveles impensables unos años atrás. Sin embargo, incomprensiblemente, Galicia no tiene todavía una auténtica escuela de cine. Madrid y Cataluña, con la ECAM y la ESCAC, respectivamente, han recuperado un concepto que nunca debió abandonarse. Porque una cosa son los ciclos de Formación Profesional y los títulos un

El asesino silencioso

  Ninguna de las principales ciudades españolas cumple con los nuevos límites europeos a la contaminación. En otras palabras, respiramos mierda. Pero antes de caer en tentaciones alarmistas o negacionistas, antes de prohibir el uso del coche o demonizar la agenda del cambio climático, recordemos por un momento que tenemos en casa otro veneno con el que las administraciones o los ecologistas siguen siendo sorprendentemente laxos: el radón.  En España se rebajó en 2022 el límite de radón aconsejable en empresas y locales públicos. Y desde junio será obligatorio medirlo en las empresas gallegas. Pero este límite normativo sigue siendo el triple de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Y nadie protesta, ni ninguna administración parece dispuesta a tomar medidas comparables con las que se están tomando, por ejemplo, con el tráfico. Según estimaciones de la OMS, el radón mata en España unas dos mil personas al año. Parecen pocas si tenemos en cuenta que anualmente fallecen m

Para que algo cambie

Hay quien mantiene que en Galicia ha empezado una nueva etapa en la que los liderazgos personales no importan. Que todo se resume a la extensión de los tentáculos con los que un partido es capaz de controlar una sociedad o, dicho de otro modo, al trabajo diario con la gente a pie de calle. El carisma clásico está obsoleto. Ahora vende electoralmente la timidez, la normalidad, la suavidad y se premia “picar piedra” toda la legislatura. Por eso arrasa el PP, presente a quien presente. Por eso ha crecido el BNG. Y por eso se ha hundido el PSdeG. No importan los programas, ni las ideologías. Sí, seguimos siendo de izquierdas o de derechas, progresistas o conservadores, pero esto va de cuestiones sociales, no de política. A lo mejor tienen razón. Claro que también parece razonable la simpleza de las dos Españas o las dos Galicias. Con una diferencia entre ellas de apenas unos miles de votos (treinta mil de 1,4 millones). Eso sí: una de las dos Galicias, la izquierda, está dividida en varias

Reconocer errores

  ¿A qué jugamos? Diga esta frase con ilusión y se dará cuenta de que hace muchos años que no la pronuncia. Se lo decíamos a nuestros amigos e incluso a nuestros desconocidos. ¿Jugamos a algo?, ¿quieres jugar conmigo? La sencillez y la claridad con la que nos comunicábamos de niños facilitaría mucho las cosas si la siguiésemos empleando de adultos. Claro que para lograrlo deberíamos aspirar solo a jugar, a pasárnoslo bien. No a ganar nada ni engañar a nadie, ni mucho menos a nuestro compañero de juego. Me argumentarán ustedes que la vida no es un juego. Que, como diría Disciépolo, el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. Pero, qué quiere que le diga, el domingo hay elecciones. Así que vale casi cualquier verso del tango, por ejemplo: todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor. Durante esta campaña desganada y al ralentí, los partidos han estado jugando con nosotros sin pedírnoslo. Con plena consciencia de haber cometido un error gordo de base pero sin reco
  Barbie y los Goya No creo que Barbie sea una magnífica película. Tampoco demasiado mala ni demasiado original. Lego, Playmóbil, Transformers, Toy Story, G.I. Joe… la lista de películas de juguetes es amplia. Incluso la propia Barbie ha tenido varios títulos menores que preceden a este éxito descomunal de taquilla. Por cierto, un éxito no mucho mayor que el de Super Mario Bros. El film de Greta Gerwig es algo histriónico, lento por momentos y con sobreactuaciones entre lo infantil y lo bochornoso, como la Mel Ferrer. Siendo correcta en alguna que otra cuestión cinematográfica, donde borda la excelencia es en su estrategia de marketing, con una campaña de promoción y un sentido de la oportunidad envidiable en cuanto a su discurso, nivel intelectual y público objetivo: para “anti Barbies”, para “pro Barbies”, para madres que jugaron y para hijas que, ahora sí, jugarán.  Claro que su presupuesto estratosférico, unos 130 millones, sirve de excusa para no compararla con cualquier película