Ideologías, mentiras y mayorías absolutas
Puedo equivocarme, pero cuando el gobierno de Zapatero decidió bajar los sueldos a los funcionarios se produjo un punto de inflexión en el modo de hacer política en España. Dejando al margen que fuera justo o injusto, evitable o no, ocurría con esa decisión algo tremendamente desasosegante y maquiavélico: los poseedores de una mayoría absoluta se vieron capaces de hacer cualquier cosa y la opinión pública no se rebelaba. Y, además, no era necesario disimular. En realidad siempre había ocurrido que, con cualquier excusa, no se cumplieran los programas electorales, o directamente se mintiese, o se olvidase intencionadamente una medida prometida, o que se hiciera directamente lo contrario de lo dicho. Pero o bien se disimulaba, o bien se justificaba con argumentos peregrinos, retorcidos, torticeros. Es política. O realpotilik. O razón de Estado. Y todo se maquillaba para que las urnas no se resintieran. Pero desde hace unos años, quienes mandan creen que no lo necesitan. Aplican su