La buena educación

No está mal que se vuelva a discutir por enésima vez de educación. Que la derecha aparentemente la desprecie o la utilice como filtro entre clases sociales, que la izquierda la convierta en arma sindical o fuerza "empleabilizadora". El poder debe controlar para ser poder. Incluso el poder del profesor vitalicio amamantado por el sistema. O el del padre "propietario" de su vástago. O el del estudiante crecido por tanto mimo y derecho. Machacar al funcionario, al político, al niñato es casi una reacción "natural" de la sociedad que se puede alimentar fácilmente desde los medios de comunicación. Así que siempre que se haga algo más, por poco que sea, no está mal.

Los periódicos están repletos de artículos de opinión. Pero los hechos son los hechos. Y según los hechos, en este país no creemos en la educación. Al menos no tanto como decimos. Nos faltan dos pilares esenciales: el pragmático y el idealista. El pragmático sostiene que la educación acaba siendo rentable. El idealista soporta la premisa de que la educación acaba haciendo mejores personas. Sin entrar en debates de enseñanza privada o pública. Sin entrar en sueldos de profesores. Sin entrar en guerras lingüísticas. Se trata simplemente del porcentaje que se dedica a la educación sumando presupuestos generales, autonómicos, provinciales y locales. Se trata del dinero y, sobre todo, del tiempo de atención que empleamos en la educación de nuestros hijos. Se trata del dinero y, sobre todo, del valor que se le da en las empresas a la preparación de sus profesionales. Se trata del respeto social y del prestigio tanto de los títulos como, simplemente, de la buena educación.

No se hace mucho al respecto. Por lo menos se habla.

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