El suelo tiene que seguir aparentando ser caro
De vez en cuando me pierdo en moto. A veces unas horas, a veces unos días. Y suelo encontrarme, entre otras cosas, con dos tipos de sorpresas: rincones naturales a los que difícilmente llegaría de otro modo, a veces incluso por lo cerca que están de mi casa, y construcciones humanas en los lugares más recónditos, no sólo viviendas o instalaciones agropecuarias, sino también industriales y culturales. Una casa en una ladera imposible, una ermita y hasta un monasterio en medio de la nada. Me pregunto entonces qué les habrá llevado a construir precisamente ahí y me imagino herencias, historias, tradiciones... yo qué sé. La moto tiene esas cosas, vas callado y se dispara la imaginación. Pero lo curioso es que nuestra relación con el suelo, con los lugares, ha cambiado de forma tan radical que nos ha condicionado no ya al modelo social (todos viviendo apiñados) sino también el productivo y económico. Los paletos actuales somos los cosmopolitas habitantes de las grandes ciudades que parecemo...