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La educación que todo lo arregla pero no pagamos

  Salgo de una clase de periodismo audiovisual en la que se plantean temas de reportajes y posibles enfoques. Los asuntos van desde las redes sociales y los bulos hasta la pornografía, la violencia, el acoso, las relaciones tóxicas, la prostitución, las adicciones… cuestiones siempre muy encuadradas en la agenda de información social que rodea a todos, incluidos los estudiantes universitarios que se afanaban en encontrar una orientación original a sus proyectos en el aula. Lo curioso es que todos pretendían acabar con una propuesta de solución idéntica: esto solo puede arreglarse con educación, con más y mejor educación. Los expertos afirman que el desastre de las inundaciones se habría cobrado muchas menos víctimas si la gente tuviera más formación sobre cómo reaccionar ante una catástrofe. Que los políticos no están suficientemente preparados para valorar la información que les proporcionan los asesores e infravaloran peligros. Que las autoescuelas no enseñan a los automovilistas cóm

Políticos y la burla de los millones

Suponga que usted es un político en el poder y resulta que gasta muy poco en algo muy necesario, no sé, sanidad, educación, transporte, justicia… lo que prefiera. En realidad, no es que gaste muy poco; está un 80 por ciento por debajo de la media española. Bien, pues ¿cómo presentaría el presupuesto ante sus votantes? Una opción honesta sería explicando que no hay dinero para todo y que su criterio ideológico le lleva a gastar más en sanidad que en educación, por ejemplo. Inconsciencia de novato. Porque si tiene la suficiente zorrería en las artes de la propaganda política optará por presentar una cantidad de millones aparentemente elevada aunque, en rigor, sea una ridiculez. Verbigracia: “Este año invertiremos ‘casi’ 103 millones en transporte público”, (el tres aporta precisión, no vayan ustedes a redondear). Es lo que acaba de hacer la Xunta. A un ciudadano normal cien millones le parecen una barbaridad. No digo ya cuando a uno le hablan de miles de millones. Resulta imposible hacer

Estamos todos avisados

Impresionado todavía por las riadas de Valencia, no puedo dejar de pensar en la responsabilidad de los políticos que ignoran los avisos de técnicos y científicos. Cuando comenzó la DANA, estaba a punto de escribir precisamente estas líneas hablando de esos oídos sordos, pero aludiendo a algo más local, el Jardín de San Carlos, por el peligro de derrumbe de la muralla del que algunos expertos están alertando. Sé que son asuntos incomparables en dimensiones, pero cuando no se escucha a los que saben a veces ocurren desgracias, pequeñas o grandes.  La desaparición del último olmedal de Europa en el Jardín de San Carlos, siendo una lástima, no es gravísimo. Pero sí un síntoma. Porque se advirtió del riesgo y ni Xunta ni el Concello coruñés hicieron caso. El prestigio del ingeniero y paisajista, Pedro Calaza, parecía suficiente garantía. El comité de Árbores Senlleiras también sostenía que la reforma no entrañaba riesgos. A pesar de que otros técnicos de la casa e incluso expertos de la Une

La Xunta pasa de la vivienda y antes no

Los presupuestos públicos son pura fantasía. Un alambicado ejercicio de declaración política que los medios compramos con la misma ilusión con la que asistimos a un espectáculo de magia. Derecha o izquierda lanzan su mensaje para que los contrarios lo critiquen y los propios lo aplaudan como la típica grada de hinchas, a veces de ultras. Ahora toca la promesa presupuestaria de la Xunta, su declaración de intenciones políticas convertidas en dinero. Vayamos entonces a por los populares con lisonjas o con martillos. No quiero hablarles de miles de millones, que ni a usted, seguramente, ni a mí nos entran en la cabeza. Aun sabiendo que son mentira, voy a hablarles de dinero en cantidades más pequeñas, como si fueran de verdad. En los último 18 años la Xunta pasó de presupuestar 3.500 a 5.250 euros por cada gallego. No estaría mal si no fuera porque en 2006 era un 9% más que la media española y en 2023 fue un 3% por debajo. Así que somos un 12 por ciento más pobres comparativamente. No le

La guerra entre generaciones

Somos un país, digamos, madurito. Los canónicamente jóvenes, entre los 15 y los 25 años, apenas suman 5 millones. Tantos como los mayores de 75. Sin embargo, los mayores son invisibles salvo cuando hablamos de pensiones. A la infancia, en realidad, tampoco le hacemos demasiado caso. Pero de los jóvenes, aparentemente, nos preocupa todo: sus problemas, su forma de hablar, su música, hasta su salud… quién la pillara…. Sí, son muy atractivos. Excelentes consumidores, permeables a las campañas de marketing, a las modas, a las viejas ideologías que absorben sus primeros votos. Viralizan una canción, siguen fieles a sus influencers, pagan por complementos de Fortnite, abarrotan Barbie, Mario Bros o Marvel, dicen PEC, pana , crush o cringe . Son los que pasan de prensa, tele o radio. Las noticias, dicen, les amargan, no van con ellos.  Están mal pagados y muchos se consideran “aplastados por todos los servicios sociales que hay que suministrar a los viejos”. Aunque nunca una generación tan e

Pero el polvo sigue ahí

  Vivo en un ambiente repleto de tecnólogos. Lo admito, yo mismo tuve mi época friki. Llevo más de 40 años pegado a un ordenador y cuando entré por primera vez en OpenAi resultó que ya me había registrado mucho antes y ni siquiera lo recordaba. Tengo amigos que trabajaban en inteligencia artificial en los años 80 y hasta siguen los avances de la informática cuántica. Pero todos seguimos teniendo que sacar al perro, recoger la mesa, planchar o hacer la cama. Hacer la cama, sí, un terreno de la actividad humana cuyos avances más señalados en la historia han sido la bajera con esquinas ajustables y el edredón nórdico. Acepto el robot aspirador o cortacéspedes como otro hito, pero prácticamente ahí se ha acabado el avance informático para librarnos de los trabajos más tediosos del día a día. Sin embargo se empeñan en que los ordenadores compongan música, pinten, escriban, creen mejor que nosotros. Se quedan con las artes y nos dejan el azadón. Es tan lista la IA que se apodera de los place

Qué hacen con nuestro dinero

  Las obras del cruce del Sol y Mar, en Oleiros, costaron más de 12 millones de euros. El primer accidente en Alfonso Molina demostró que la inversión no soluciona el colapso. Cuando esta avenida se amplíe, invirtiendo equis decenas de millones, ocurrirá lo mismo. Entre otras cosas porque hay embudos naturales difíciles de sortear. Al menos tenemos un consuelo: crece la opinión entre los ciudadanos de que la solución no pasa por más obras sino por más transporte público. Pero las obras no suelen ser del todo malas, los políticos presumen de ellas y al parecer les granjean votos. Nadie pide cuentas sobre lo gastado y nos ponemos muy contentos cuando se inauguran, aunque generalmente el coste final se incremente un tercio sobre lo presupuestado y se retrase años su finalización. Por qué los votantes nunca pedimos responsabilidades sobre nuestros dineros es un misterio que solo puede resolver la psicología social. Espero que la psicología social tenga una respuesta más científica que la m