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La paradoja de la cola del paro

Una de las situaciones que siempre me ha parecido paradójica es la de la cola del paro. Gente esperando a arreglar unos papeles para cobrar una prestación mientras el funcionario de turno no da abasto. Estaría bien que pudiera levantarse y decir "por favor ¿alguien en la cola está capacitado para realizar mi trabajo? ¿les importaría ayudarme?" No sería raro que hubiera cinco o diez personas: serían cinco o diez parados menos y los demás serían atendidos cinco o diez veces más rápido. No hace falta hacerlos funcionarios vitalicios, que se queden ahí echando una mano mientras cobren la prestación y no encuentren otro trabajo. No sé, es una de esas ideas tontas. Y es que un país no puede permitirse tener a uno cada cinco trabajadores en paro, no ya por el gasto en subsidios y demás sino por la capacidad productiva que se está desaprovechando. Así que por qué no juntar las dos cosas, quiero decir, ya que alguien cobra de un sistema mantenido por todos, incluso por él hasta perder

El Cambalache de la Universidad 2.0

Hablamos mucho de la crisis del periodismo convencional frente al fenómeno 2.0. Pero los medios de comunicación y el sector de creación de contenidos e industrias culturales en general no son los únicos que tendrán que reinventarse. También deberá hacerlo la Universidad. Y esto va mucho más allá de la etiqueta "Universidad 2.0" y utilizar determinadas herramientas colaborativas o participativas con estrategias de comunicación "conversacionales". El fenómeno se dirige como un torpedo al concepto básico de la institución: la autoridad, o mejor dicho, la autoritas en materia de conocimiento. Con la red, igual que cualquiera se puede convertir en periodista, cualquiera se puede convertir en catedrático. Si Internet se está transformando en el principal medio de comunicación y de entretenimiento "horizontal", donde todos los usuarios se informan y se entretienen mutuamente, que nadie piense que la "formación horizontal" se quedará al margen. Está pa

El catarro y la alergia A

Los de las escuelas infantiles ya están casi todos infectados. Mocos, tos, fiebre, y más mocos. Los papis, con bronquitis o faringitis, pero sobre todo con cierto temor vergonzoso, ya sé que no es la gripe A, pero bueno. Los de primaria empezarán a caer entre esta semana y la que viene, después vendrán todos los demás, Universidad incluida, que ahora comienza como los institutos. Seremos millones los contagiados, realmente será la pandemia del inicio de curso, la de todos los cursos. Y algunos tendrán complicaciones. Otros sufrirán o sufriremos la gripe con o sin letra. Otros padecemos alergias, cada vez más. Y estornudamos todos los días. Llevamos meses disculpándonos, perdón, no es contagioso. Pero con los niños, con los más pequeños, los mocosos, se nos abren las carnes, tanto por la posibilidad de que la enfermedad sea algo más que un catarro como por el miedo a que le consideren apestado, incluso por el miedo a tenerle miedo a nuestro bebé del alma. Claro que si está sano y te en

La Loba Shakira

No lo he podido evitar. Olvide la música y los contoneos. Mejor, ni se la imagine. Sigilosa al pasar Sigilosa al pasar Esa loba es especial Mírala, caminar, caminar ¿Reconoce la letra? A mí casi me resultaría imposible. Quién no ha querido a una diosa licántropa En el ardor de una noche romántica Mis aullidos son el llamado Yo quiero un lobo domesticado Es que pararse en alguna letra popera a veces depara sorpresas. Por fin he encontrado un remedio infalible que borre del todo la culpa No pienso quedarme a tu lado mirando la tele y oyendo disculpas la vida me ha dado un hambre voraz y tu apenas me das caramelos Me voy con mis piernas y mi juventud por ahí aunque te maten los celos Sé que sólo es ritmo fácil, sin pretensiones, que no hay que tomárselo en serio. Una loba en el armario Tiene ganas de salir Deja que se coma el barrio Antes de irte a dormir Que son palabras pensadas para sonar arrimadas con arreglos, sílabas enlazadas coronando un pastelillo de comida rápida. Tengo tacones

Evaluar méritos

Después de casi diez horas valorando méritos ajenos, suelo entrar en crisis. No por compararlos con los míos, que ese es otro tema, sino por mi propia incapacidad para la estimación razonablemente objetiva y el lamentable esfuerzo de la Administración por elaborar baremos que nunca logran solucionar el problema sino embrollarlo. Alguien podría decir: bueno, usted es profesor, al fin al cabo forma parte de su trabajo evaluar alumnos. Y por si fuera poco, en mi etapa en la subdirección de un diario y director en una pequeña productora hice cientos de entrevistas seleccionando personal. Así que algo de callo debería tener. Pues al contrario. Con los años, lo que tengo es cada vez más dudas. Algunas son dudas clásicas, otras muy concretas. Por ejemplo, ¿cómo valoras los conocimientos: considerando el tiempo que se ha tardado en adquirirlos o simplemente con la mejor puntuación?, dicho de otro modo, ¿qué vale más: un aprobado en primera convocatoria o un sobresaliente en segunda o tercera

Vivir con la mala leche

Vivir o trabajar con alguien que permanentemente está de mala leche resulta agotador. Al individuo en cuestión le sobran los motivos para dar portazos, colgar el teléfono a golpes, gritar o, peor aún, callarse con cara de te voy a matar. No importa demasiado qué se lo provoca. Se ha convertido en un enfadado constante con el paso de los años, un frustrado que responsabiliza al mundo de todo lo que le molesta, de todo lo que es o no ha podido ser, un resentido agraviado que ya sabe de antemano por qué tú y el resto de la humanidad se va comportar de tal forma que él sea la víctima. Y no lo va a consentir. Bueno es él. A él no le pisa nadie. Ni el camarero, ni el de la cola, ni la mujer ni el marido, ni el funcionario ni el que no arranca en un semáforo. Vamos. Hasta ahí podíamos llegar. Hay quien mantiene la teoría de que si no explotan acabarán por sufrir una úlcera. Y prefieren generársela a quienes le rodean. Claro que también a ellos mismos, porque el cabreado no descarga su tensión

Más comunicación entre vehículos

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Como estalló septiembre, apenas tengo tiempo. Ya se normalizará. Así que sólo una idea. Seguro que tonta. Con tanta tecnología como utilizan los automóviles modernos, ¿por qué no aumentar la identificación de las características del conductor, de su experiencia, de su estado de ánimo con simples indicativos? Existe la L de novato o el bebé a bordo, ¿qué tal la J de jubilado?, ¿y la C de cabreado?, la M de macarra, la D de dominguero, la E de estresado, la B de borracho o de bebido por haber dado positivo alguna vez, ¿y un simple panel con los puntos que se tienen, 14, 8, 2...? Estaríamos un poco más prevenidos sobre nuestros respectivos posibles errores, reacciones, estados de ánimo... Ojo conmigo, vengo quemado, estoy de relax, utilizo el retrovisor para maquillarme, ando un poco mal de reflejos, nunca pongo los intermitentes. Vale, está bien, quizá sea una chorrada. Pero a mí me libraría de algún susto. Y todos nos entenderíamos un poco más.